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De muy joven pintor abstracto y expresionista, después de vivir en Italia y recorrer sus museos en busca de las huellas del Renacimiento, tras colocar flores en la tumba del gran Rafael Sanzio, después de buscar la intimidad creadora y de afrontar los fantasmas de Dante, Miguel Angel y Maquiavelo, los tres grandes de Florencia, Darío Ortiz decide convertirse en figurativo por criterio, porque sintió que las voces del pasado lo arrastraban hacia la antigüedad, hacia Bizancio, por Grecia, hasta Florencia, hacia los clásicos... Y en un país como Colombia donde los círculos del arte son renuentes al arte figurativo, él retoma la fuente primigenia y surge en su caballete Ia escena bíblica de Jesús y los apóstoles durante la multiplicación de los peces y los panes, aparecen los profetas y escribas en la eterna discusión, lo mismo Ios cuatro evangelistas que la natividad, la víspera del pentecostés o el cordero místico y la anunciación del ángel a María. Pero sobre todo ese Jesús yacente, ya después del descendimiento, allí solitario como símbolo del mártir moderno, del hombre caído en las masacres y en las guerras injustas.
Pero allí en esa antigüedad clásica salta sutil lo moderno: en el lavatorio de los pies, el apóstol no tiene sandalias sino mocasines de gamuza y los profetas de túnicas lucen zapatos tenis y María, también bajo su manto sagrado, viste bluejeans y correa ancha con hebilla de cobre. Y el Mesías quizá tenga un reloj de pulsera. Es la moderna antigüedad de Darío Ortiz.
Como uno de los mejores exponentes deI arte figurativo joven en Colombia, integrante de un grupo de pintores colombianos que viven en Miami y que son discípulos de la mejor tradición pictórica colombiana y admiradores de grandes creadores figurativos contemporáneos como el chileno Claudio Bravo, el español Antonio López y el inglés Lucian Freud, Darío Ortiz pintó para Revista
Diners un rostro de Jesús donde confluye la visión clásica del Nazareno con la expresión moderna de un cristianismo más humanizado, arraigado en la dinámica y en la fatiga del hombre contemporáneo. Este Jesús de Darío Ortiz, inspirado en el rostro que aparece en el famoso manto de Turín, es como una mirada que al mismo tiempo acompaña y cuestiona, con la dulzura del amigo y la acogida del Dios. Tiene este rostro la isometría matemática que los científicos con rayos láser han encontrado en el manto de Turín, donde el rostro de Jesús es alargado por la mayor distancia que hay entre las cejas y la boca y donde igualmente Jesús tiene el ojo izquierdo levemente más grande y levantado que el derecho, para enmarcar una mirada excepcional y única y sobre todo diferente a todas las miradas humanas. Su túnica es amarilla y no blanca porque Jesús jamás tuvo hijos y porque según la tradición Veda este color significa la pureza de los renunciantes e iluminados.
Tolimense de nacimiento, formado e inspirado en el arte europeo clásico, joven entre los jóvenes pintores de Colombia, con una gran aceptación de su obra en el mercado norteamericano, Darío Ortiz representa en la pintura colombiana contemporánea el fluir hacia lo clásico, hacia lo más perdurable y eterno.
R. D.
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