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Recordar la piedra que hirió nuestro pasado, envolvernos en un presente de acero que advierte de la permanencia de nuestras virtudes y miserias, y refugiarnos en un futuro de cristal bajo el engañoso anhelo de los sueños. Pasado, presente y futuro levantan el edificio donde habita el sentido del alma urbana. Una construcción en cuyo último piso se encuentran los ojos de Rubén Gámez:
Ojos planificados por pupilas que dan vida a ambientes muertos que ofrecen libertad de espíritu en lugares donde nunca la hubo; en lugares donde el contraste entre belleza y sordidez eclosionan en un mundo de naturalidad elaborado por materiales de construcción dispuestos a componer las alegrías y tristezas del caminante solitario, de la joven perdida o de la prostituta nostálgica.
Ojos elaborados por iris que exploran el color de la sexualidad latente de cuerpos en plenitud de experiencias pero que sin embargo se refugian en la quebrada soledad de un apartamento o en la frialdad de una nave industrial sin recuerdos.
Ojos reforzados por cristalinos que desnudan las virtudes de una juventud cargada de inocencia, rebeldía y tentación con un sentimiento adherido al solitario refugio del alma que nos da miedo observar por no importunar.
Es Rubén Gámez el creador de un bello mundo industrial en el que habitan jóvenes de vidas huidizas a los que de vez en cuando se les escapan sonrisas de acero y lágrimas de cemento. Son vidas en construcción que forman la belleza de unas miradas únicas que luchan por vislumbrar el sentido de su existencia. Una lucha que escribe la teoría que finalmente construye el duro ladrillo de nuestras vidas.
FRANCISCO MIGUEL GRANADOS
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