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Nunca fuera de tus ojos.
Llego puntual a la cita, vestida como pides. Me siento donde mandas. Ahora me ordenas que no baje los ojos y aguante tu mirada. Y yo, que desde hace un rato ya me sé desnuda frente a ti, obedezco, no queda otra. Luchando orgullosa, eso sí. No rendida ni abandonada, pese a que mi cuerpo ya ha caído desmadejado, de rodillas ante el placer que me obligan tus ojos manoseándome por dentro, sin acercarte siquiera. Antes de ti, preparaba mi cuerpo para unas manos: la piel suave para él, para que sus dedos pudiesen leer la dulzura, la seda. ya no.
Y es que no son tus manos las que nacen mi deseo, las que me arrancan los jadeos. Son tus ojos o mejor dicho, tu forma de untarlos sobre mí. Me miras y me llenas de huellas imborrables, visibles ante cualquiera, me dejas tatuada. Como te gusta la marca que me grabas.
- ¡Mírame! repites.
Quieres leer en mis ojos como los tuyos me penetran, me excavan hondo, me elevan y tiran al suelo con sólo un parpadeo. Tiemblo. Para ellos estoy siempre preparada, esperando por si llegan de pronto por teléfono, por correo, desde otra cuidad y desde allí me pides lo que es tuyo.
- Es tarde, me dices. Comienzo a morir. Nos levantamos. Nos vamos. Caminos distintos. Tú a tu vida y yo, nadando calles, a la mía, aunque sin ella, te la quedaste tú. Me lo dicen los hombres con los que ahora me cruzo. Me preguntan:
- ¿Donde vas así, desnuda? Despojada de latido, de voluntad, de vida. ¿Dónde vas así mujer?
No contesto. ¿Como decirles que no me puedo salir de ti? No deseo la libertad. Nunca fuera de tus ojos.
Autora: Trinidad Grande Pardo.
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