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Un capricho de sala o el capricho.
Hay una marca en el piso, una pista. Una división pintada que fue, el primer decreto al que se sometió el tinglado. Enseña donde comienza la parcialidad que se capta, el capricho de la sala de exposiciones en medio de un galpón desafinado. Esta sala es una sección blanca, que se percibe tenuemente recortada sin mostrar siquiera sus vértices ni aristas filosas, y que se encuentra en un contexto no acorde pero sí propicio para su identidad.
Para formar el espacio como se conoce, se negó la información vetusta que rodeaba a la fracción útil; igualándola, matizando todo de un tinte imparcial, borrando la identidad alojada y camuflando completamente en la necesaria y funcional neutralidad. Hay solo una evidencia de la anomalía, la línea del piso como una afirmación de la decisión impuesta.
En esta inmensa estructura residen entrelazados; un blanco de sala, sin informes ni referencias, no más que una base insípida preparada para servir a otro propósito sin alterarlo ni influenciarlo; y un tinglado viejo, completamente inútil para el proyecto actual, pero sí auténtico y curtido, cargado como un archivo de hechos que el tiempo supo marcar en los cimientos así como en la superficie.
Procuro desenredar las dos verdades que coexisten unificadas, exponerlas distintivamente para que cobren figura individual. Son completamente necesarias ambas para revelarse, de manera que sin una, la otra no podría ser evidente. Los contrapuntos son la clave para la compresión de lo que enfrentamos cuando surgen las preguntas; allí se encuentran las diferencias que significan nuestros parámetros, las varas de medición que estructuran la lógica tan necesaria que demandamos para obtener respuestas acreditadas.
Este contraste dio presencia protagónica a la sala caprichosa; que ahora es, no un soporte circunstancial, sino algo intríngulis en la obra; y es clave que aparezca cuando de manera intensa se manifiesta su alrededor y no puntualmente ella.
Como fundamento de la instalación que es, se mantiene auténtica, sin cambiar para observación a la que será sometida por estar señalada; sin adulterarse, sin ficción, pura y simple verdad. Ese trompe l'oeil de hongos y óxido es una espejismo que enmarca a la médula de todo esto. Es la falacia que evidencia la autenticidad por oposición lineal. El blanco es lo que siempre fue, no tiene nada de simulado ni de escenográfico, y se contrapone con la quimera del marco que, como en un sacrificio, consagra la autenticidad más noble mostrando su propia falsedad. Lo innegablemente cierto y lo primorosamente ficticio están teniendo un amorío.
El blanco protegido es objeto exhibido y objeto exhibidor; por lo tanto se funda a si mismo desde la dualidad para cuestionar el objeto de exhibir. Indaga sobre la verdad en el arte, y asimismo controvierte los parámetros de premeditación y efectismo artístico; así como la percepción dirigida fundada en el deseo de quien observa. Por ello, manifiesta el dilema de la liviandad predigerida de la especulación artística, a la que nos habituamos desde hace tiempo.
Guido Ignatti
Julio, 2009
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