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Los antiguos atlantes pensaban que el tiempo era el dios de los dioses y para sobrevivir devoraba a sus hijos y estos a la humanidad. Por ello, cuando la teofagia dejó huérfanos a los hombres, estos no tuvieron más opción que convertirse en caníbales.
Cuando los hombres fueron lo suficientemente necios como para filosofar, creyeron que el tiempo era un renglón tendido entre dos mundos, lineal e irreversible, o un péndulo que caía irremediable sobre nuestra garganta, algunos más pensaron que era un círculo que nunca termina de cerrarse o una espiral que asciende hacia otros infiernos.
Todos estaban equivocados: el tiempo es el caos: serpiente ciega de mil cabezas que se muerde a sí misma, frenética, eternamente, sin saber porque y sin motivo, una y otra vez en el mismo lugar. El mismo tiempo es la vida en una dirección y la muerte en otra, son los oscuros colmillos del nacimiento y los luminosos fórceps de la muerte, una y otra vez, en el mismo espacio.
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