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Cada día en el trabajo, me cruzo con un banco. Sus inquilinos se diría que viven ahí, que son parte inherente de él. No me planteo que sus vidas son algo más que ese momento puntual. Uno me saluda, otro me ignora y el más atrevido, me habla y me amenaza con una garrota si no le traigo nada por navidad. Todo eso rodeado de una enorme sonrisa, que no consigue evitar que siga mirando su enormes manos, fruto quizas de una dura e intensa vida. ¿Buenos días, que tal el día?.
Y... sigue pasando el tiempo, ¿tendrán ellos otro tiempo diferente?, para mí no. Son esos cuatro abuelos que me esperan, o no, cada día en el banco a la misma hora en el mismo lugar y que tras este cuadro, me seguirán esperando intemporalmente.
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