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Nada tiene que ver el color y las formas de “Figuras” con los de su etapa parisina y, sin embargo, los ecos de aquella experiencia vital surgen como espectros de la obra. Ambiente irreal.
Pesadilla que prepara emocionalmente para el desmembramiento espiritual de Gordillo. Plasma con verdadera maestría todos los estados anímicos a través de dos elementos tan básicos como la línea y el color. Tres fantasmas emanan de un personaje principal como en “Cuento de Navidad” de Charls Dickens. El pasado, el presente y el futuro se materializan ante él, no como algo ajeno sino como parte integrante de su propio ser. El niño ubicado en el interior del artista como germen de lo que será se proyecta, indefenso, sobre un paisaje urbano y oscuro. Ser atemorizado que mira con ojos llenos de terror lo que le rodea, acaba por descoyuntarse ante una realidad adversa. El presente feliz se abre paso como una bocanada de aire fresco.
Es una imagen blanda, risueña, volátil. Superado y procesado el drama anterior se abre una puerta a la esperanza. Es el momento de la alegría, del color vivo, entusiasta… Pero nada dura eternamente.
De la cabeza del personaje principal emana, como un mal sueño, un ser anciano, gastado y oscuro que augura un futuro en el que todo el dolor y depresión de épocas pasadas vuelve a resurgir con fuerza. Es el agotamiento vital.
La línea es fluida, ágil e inquieta. Delimita los personajes pero a la vez los fusiona en un todo orgánico, vivo. El color explota al máximo las posibilidades del contraste. El fondo rojinegro interactúa con el amarillo vibrante de las figuras que adquieren una naturaleza ectoplásmica e irreal. Recuerdos de París: “como si se hubiera producido una gran hemorragia ritual, y de ese plasma hubiera surgido un gran coágulo, (…).”
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