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EL PAPA LEON I COMPRA LA RETIRADA DE ATILA
Se derrumbaba el Imperio Romano, y como a un león viejo y enfermo, todos acudían porque ahora veían la oportunidad de arrancarle algún despojo. Es como eso del perro flaco, para el que todo son pulgas.
Cuando llegó su hora hizo irrupción en este desolado panorama Atila, rey de los hunos.
¿De dónde salieron él y su gente?
Llegaba un poco tarde, dicha la verdad, si bien él no tuvo la culpa de haber nacido hacia el año 405 dC. Era Atila pues un niño cuando se producía el salto definitivo de las hordas bárbaras, cuando cruzaron el Rhin helado y se adentraron en la Galia para no volver atrás nunca más. Comenzaba el siglo V, a lo largo del cual se consumaría la extinción física del Imperio Romano.
Aquella conmoción inicial fue como un cataclismo que no sólo sacudió, sino que derrumbó los pilares de la creencia en un orden de las cosas que parecía destinado a perpetuarse. Aquel mundo ya sólo lo sostenía la fuerza de su prestigio, de la historia acumulada; pero que, huero de toda vitalidad, consumida su savia vital, era ya más bien una carcasa que permanecía en pie de forma cada vez más precaria. Corroido por la propia enfermedad de su vejez, un soplo de la más ligera brisa bastaría para tumbarlo definitivamente. De esa manera, una vez ya incapaz de levantarse y recuperarse, sólo le restaba ir siendo cómodamente consumido.
El huno Atila venía de las estepas centrales de Asia, pero su origen concreto se desconoce. Comandaba una amalgama de tribus procedentes de un vasto territorio que incluía desde pueblos mongoles hasta otros de estirpe turca, en un arco que iba desde el mar Báltico hasta el Caspio.
Amén de esto, el huracán Atila y los hunos, en su camino inexorable hacia el occidente europeo y en sus correrías, fueron arrastrando consigo gentes de todo aquel intrincadísimo puzzle humano que se arracimaba al otro lado del límite romano, que eran basicamente los ríos Rhin y Danubio.
Había una diferencia importante en las correrías de Atila y los suyos respecto de las tribus y confederaciones bárbaras que le habían precedido; y es que estos últimos, básicamente germanos, familiarizados durante siglos con el mundo romano, más que una destrucción efectiva de aquel orden lo que buscaban era ser acogidos y partícipes del mismo, por distintos que fueran sus mundos respectivos.
En cambio lo de Atila estaba más cerca del puro pillaje, de las razzias sin más sentido que el botín inmediato. Un pueblo nómada, que no se bajaba de sus caballos más que para lo imprescindible, no podía tener el menor apego a la tierra como propiedad, ni tampoco un sentido de estado. Su modus vivendi por tanto estaba cerca de ser una especie de piratería continental.
En consecuencia aquella sacudida no podía tener visos de duración.
Sin embargo, su creciente poder de arrastre de gentes y la incapacidad de controlar sus movimientos hicieron necesario pararle y liquidarlo.
Y así llegó la ocasión, cuando puestas sus miras en la antigua Galia, Atila se encontró con una confederación de pueblos germanos comandados por un rey godo y asociados a Roma dispuestos a plantarle cara.
Si pensamos que en aquella época Atila acaudillaba una masa de 500.000 almas podemos hacernos una idea de la magnitud del choque que se avecinaba.
El encuentro se produjo en una zona que la historia conoce como Campos Catalaúnicos y que se la hace corresponder con la Châlons-sur-Champagne de la Francia actual. El choque, terrible, representó quizás la constatación de que una fuerza unida y organizada y además imbuida de una determinación férrea, dificilmente puede ser superada.
Prueba de lo en serio que solían tomarse estas cosas en aquellos tiempos es que en el enfrentamiento murió el rey godo, Teodorico, de la fuerza germano-romana. Entretanto Atila, por su parte salió vivo. Lo cual supuso que la desgracia abatida sobre el atormentado territorio del viejo imperio se iba a prolongar.
Roma, la vieja, viejísima ciudad imperial, sin más brillo ya que el de las glorias pasadas, surgía en la distancia como un objetivo apetecible y fácil. Tomarla y saquearla podía ser la forma más idónea de desquite al descalabro sufrido frente a la coalición germano-romana.
Es cierto que desde que Alarico I la violara, ya nadie se había ocupado en serio de Roma, pues poco debía ser lo que ofreciera tras sus muchas décadas de ocaso. Pero es indudable que el prestigio de su nombre bien pudiera excitar el deseo del caudillo nómada, por muy tarde que llegara al festín.
Y poniendo grupas en dirección al sur, sus intenciones le precedieron. Pues hubo tiempo para organizar su neutralización. ¿Y cómo se iba a hacer ésta si a Roma ya nadie estaba a defenderla? ¿Acaso quedaban romanos capaces de empuñar un arma desde hacía siglos? Decididamente no.
Ya no valdría aquel famoso "farol" de los defensores romanos de los tiempos en que el caudillo Alarico la sitió (año 410 dC). "Te advertimos que tenemos muchos soldados y que nuestros hombres son altos y bien armados", le dijeron. A lo que Alarico había contestado que "estupendo, pues la hierba en siendo alta se siega mejor" Luego sólo cupo esperar a que el bárbaro entrara y la sometiera a pillaje mientras quiso. Fue una calurosa noche de agosto. Como siempre, el verano, propenso a los excesos.
Por ello, la lección aprendida, se llegó a la conclusión de que pararían a Atila comprando la paz.
Del lado romano, la delegación encargada de la tarea iba encabezada no por un militar, sino por el papa León I. Desde luego no cabía otro nombre más adecuado para quien había de parar al temible Atila.
Se negociaría. La leyenda cuenta que esto ocurría a las puertas de Roma y ..., pero no, la delegación se había apresurado lo bastante como para que el encuentro tuviera lugar mucho más al norte, al otro lado del río Po.
Se desconocen los términos del arreglo que hizo que Atila volviera satisfecho por donde había venido y olvidándose de Roma. Desde luego, aquí si fue Atila quien se llevó "la parte del León" y no al revés.
Con las alforjas llenas con el botín obtenido se alejaron los hunos hasta sus territorios base tras el Danubio. La intención, naturalmente, sería la de volver a la extorsión una vez se hubiera dado buena cuenta del primer rescate. Pero Atila no volvió. Su fulgurante paso por los territorios del anémico imperio nominal no duró más que 8 años.
Quién sabe, a lo mejor el contacto con una vida más muelle ablandó su nervio guerrero. Probablemente muchas mujeres le distrajeron. Era bien reputado Atila por su apetito en este terreno; si bien por lo demás fue siempre un hombre frugal y poco amante del lujo.
No tan bárbaro como se pueda pensar, Atila dominaba el latín y tenía grandes dotes diplomáticas. Es sólo que su vida, su mundo descansaban sobre las grupas de un caballo. Bajarse a tierra para alguien así siempre suponía abandonar el terreno que se domina. Y fue en la cama donde murió. La historia cuenta que asesinado por su última mujer, la goda Íldico. Otras versiones cuentan que ocurrió en las mismas andanzas, sólo que en este caso debido a una hemorragia de sangre por la nariz.
En cualquier caso su capacidad genésica ha resultado legendaria, hasta el punto de que en Alemania se dice que todos los alemanes llevan algún gen suyo.
Esto aparte, el impacto que supuso la irrupción de Atila en el escenario europeo fue tal que la tradición lo incluyó en algunas leyendas y eddas germanas, quedando incorporado en última instancia a la ópera de la mano del inefable Wagner.
Pero nada más nos ha quedado de él. Tampoco de su gente variopinta. En su retaguardia del territorio que hoy es más o menos Hungría fue donde vino a disolverse finalmente aquella fuerza destructora. Probablemente en las llanuras en torno al lago Balatón murió el torrente, absorbido por la fuerza de la planicie. Los hunos se disolvieron en el entorno y no dejaron más que su recuerdo tras de sí. Ni una sola piedra podríamos encontrar siquiera con un escueto "Atila estuvo aquí"; que ya se sabe, es tentación tan propia viajeros, conquistadores y visitantes.
Atila se hizo un hueco en la historia. Hasta tal punto que la monarquía húngara se consideraba descendiente de aquél, y tal fue la popularidad de este caudillo en aquella región europea que aún hoy en día sigue siendo allí muy común llamarse Atila.
I got printed the cold light of a March morning in the high land of Castile. Here is a proper way for an artist to say that he was born in a village. Spain, province of Soria; have you ever heard of this ?.
I lived there for a few years. Then, followoging life´s whimsical will I finally landed in Madrid. In this city have I my present and, hopefully, definitive abode.
As an artist I haven´t gone through any particular, or academical learning. I mean, to the point to get...
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