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Acrílico sobre lienzo. 30x30cm.
En el principio, transitábamos el estado embrionario de las cosas, ese caos indescriptible del que surgen los universos. Nos faltaba la osadía de verlos crecer, de dar el paso definitivo hacia su alumbramiento.
Nuestro mundo era vago y sin forma, no había vestigios de definiciones, sólo un enamoramiento de la abstracción. Salir de ese estado para pasar a la acción hubiese significado el sacrificio de las infinitas posibilidades que coexistían. Definir era recortar. Concretar era asesinar. Queríamos abarcarlo todo.
Pero ese limbo era un mundo egoísta, un sinsentido, una red que atrapaba a los cobardes y a los indecisos. Creer que con sólo habitar allí ya éramos artistas nos costó no pocos sufrimientos.
Nuestro Dios no toleraba a los mezquinos: debíamos compartir nuestras ideas, subyugándolas a normas terrenales imperfectas, ya que no habría más paraíso para quien no compartiera su don. Había que regalarlo, dejar que los mortales se adueñaran de sus signos, que intentaran interpretarlos desde las sombras.
Pero pasar del vacío a la forma… muchos han hablado de este parto tortuoso… Allí es donde nuestro ego de semidioses nos solía jugar una mala pasada: queríamos tener hijos perfectos pero no los dejábamos desarrollarse.
El Creador nos puso a prueba en este camino sinuoso: “Deben aprender paso a paso”, nos dijo, “ustedes son meros instrumentos, su obra sólo será perfecta si se esfuerzan en aprender las leyes de la materia.”
Antes de adoptar su apellido artístico, se graduó como Licenciada en Relaciones Internacionales en la Universidad de San Andrés, Argentina, con mención honorífica Magna Cum Laude. Durante su carrera universitaria obtuvo la beca completa de estudios de la...
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