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Buscas y siempre llegas al mismo extremo: la nada. Y entonces vuelve a surgir la pregunta: ¿cómo llenar el vacío si la realidad tan sólo es una contradicción de masas y colores?. Una respuesta es enfrentarlas dejándolas chocar, que rompan el silencio, nuestro reflejo. Y así surge el cuadro, que termina como empezó: volviendo a la nada.
En el principio fue el desorden. La divinidad apareció como el artificio necesario para organizar el mundo, creación intelectual necesaria para justificar el orden frente al caos natural. ¡Seamos naturalistas e imitemos la realidad!. Pero como tanto desorden resulta chocante para el ojo humano. Seamos cartesianos, ¡organicemos el desorden!
La realidad tiene múltiples facetas y resulta imposible captarlas todas a la vez. El punto de vista es concluyente, el lugar desde el cual observamos el mundo determina nuestra visión. Al fotografiar el mundo adoptamos una posición fija, lo cual hace que la imagen captada sólo refleje una de esas facetas.
Si retratamos los objetos desde varios ángulos, ampliamos nuestra observación. Si combinamos varias imágenes, haciéndolas dialogar, indagamos mejor, nos acercamos más a la verdad que nos rodea y eso es lo que busca el artista.
El artista es Dios en su obra, así se le llama “creador”, es quien controla, decide y organiza. Para ello va eliminando todo lo superfluo presente en el desconcierto inicial, para llegar a un estado en el que todo lo pintado tiene sentido. Así lo que en un principio fue caos al final responde a las leyes naturales de la mente del creador: la irracionalidad es revestida por la lógica de las leyes matemáticas.
Al empezar una nueva obra el pintor se enfrenta a una superficie vacía y blanca, de la que irán surgiendo las formas, manchas, líneas que compondrán la obra. ¿Por qué siempre se presenta como una regla la obligación de proceder de forma tan canónica?. ¿Por qué no hacerlo a la inversa, ir blanqueando la magma de formas y colores?. Es una manera de ir ordenando el magma primigenio del inicio y de actuar sobre la tela como si lo hiciéramos sobre el cosmos incontrolable. Con ello Francisco no pretende reproducir al, tan imitado Malevich.
El artista juega con la evidencia, porque la realidad puede ser tan simple que nunca la percibimos en su totalidad, sólo fragmentada limitada. El autor la dota con su artificio de la oscuridad necesaria para que se entienda como trascendental. Es el demiurgo que los demás necesitan para que supla por ellos la falta de imaginación del mundo.
El cuadro es un ciclo como la vida, una repetición constante. Cualquier mínima desviación parece una novedad extrema. En los ciclos todo se renueva y se acumula, volviendo al principio. Si el cuadro empieza con una gran superficie vacía, deberá terminar con otra gran nada, que resultará de la acumulación de siglos de experiencia en forma de múltiples imágenes superpuestas. Cuanto más desnudo resulte el cuadro más depurado, veraz, innovador e iniciático.
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