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De la serie ESPACIO NATURAL
ESPACIO NATURAL
¿Cómo convertir un rastrojo en un sistema expresivo? Pacientemente la obra se acerca a lo real, a la realidad que ha sido vista con asiduidad, pero que ahora se observa con una mirada acuciante. En la medida que la aproximación es más intensa, la realidad adquiera doble connotación, ahora no sólo se ve como es, sino que la sensibilidad la esgrime de otra manera. En este momento el trabajo ejecuta una estrategia plástica que convierte el monte espeso en un estado del alma.
Si en la apariencia temática hay un relevo fundamental, en la parte técnica ocurre un cambio decisivo. “Espacio natural” se inicia abandonando el pincel. Dejar la herramienta esencial de la pintura es un acto de prescindencia que genera un riesgo, una deriva que la obra de Luis Carlos Muñoz afrontó con constancia y profesionalismo. Técnica es concepto. Para decir otros contenidos, se necesitan otras herramientas. El beneficio de este cambio es total. El pincel es apto para reproducir una realidad mimética. Cuando ya sobre el lienzo cae un goteo, cuando se precipita la pintura desde arriba, la obra abandona la mímesis, el parecido con el modelo, y entra en el lance contemporáneo de la contingencia, en el infinito incierto que, como en el caso que nos ocupa, hace de una obra un hecho contundente.
El espacio es el tercer aspecto que ha tomado una particular magnitud. Y se trata del rescate de un espacio inédito, un espacio que siempre ha estado ahí, pero la costumbre de su cotidianidad lo oculta, lo relega a su generoso anonimato. Entonces a través de una maniobra plástica, de una operación artística que ejecuta la obra, la ausencia que se posaba sobre el ramaje, aparece ahora como inaugural, surge la acción que lo pone a vivir entre nosotros, pero lejos ya del modelo. Paradoja del arte: se dirige a lo real para, después, no remitir a él. El espacio está mediado por el primer plano que ocupa toda la superficie, un tejido que le da escala a cada centímetro cuadrado de paisaje lejano, una encrucijada, una asechanza espacial.
El gran formato, cuarto aspecto, es también una aseveración básica de la obra. El tamaño grande, ya lo sabemos por Rothko, es parte fundamental de la inmersión del espectador en la obra. La gran dimensión no es petulancia de la obra, es una consideración con el espectador. En nuestro momento actual de la estética de la recepción, es una consideración necesaria. El trabajo de Luis Carlos Muñoz evita el efecto del pequeño formato y se embarca en una extensión que le permite, a ciencia cierta, probar la verdad de una acción. El tamaño mayor también otorga que la prodigalidad matérica tenga la expresividad de una actividad plenamente consciente.
Este surgimiento que crean los múltiples tallos y las espléndidas hojas, esta irrupción de silencio, no es barrera para la claridad lejana, ni bloqueo para el paisaje maravilloso que brilla allá, lejano. Lo contiene y dosifica, lo hace más vívido y nos lo entrega en toda su magnificencia, en su realidad que no es ahora reproducción, sino producción. Al quedar como atrapados del lado de acá por la espesura que nos confina, recibimos el don espacial, la creación del lugar, el aposento natural que se convierte en atalaya para observar el espectáculo de la naturaleza, su eterno desinterés, su perenne dádiva. El chamizo indócil pasa a ser fronda que nos acoge, sitio y lugar para lo humano.
Ese espacio exterior, esas formas de la exterioridad como nombraba Kant al espacio, están necesariamente envueltas en unas formas de la interioridad, o sea en el tiempo. La enredadera exterior que nos exhibe la obra de Luis Carlos Muñoz, también es nuestra zona interior llena del mismo armazón caótico. A una claridad exterior que se da a pedazos, corresponde una área interior llena de tinieblas, al rumor audible que crean las hojas afuera, se crea adentro un rumor vago, un sonido indiscernible, un “ruido secreto”. Al susurro del viento acariciando la hojarasca afuera, se siente el imperceptible movimiento del alma adentro. Espacio afuera y tiempo adentro, ineludibles categorías que la obra exhala.
Si la pintura es una imagen, la elección del punto de vista que se adopta es determinante. Entonces es necesario que la obra levante las coordenadas visuales que convertirán el espacio indeterminado, en un determinado sitio. La mirada, al escoger un punto de vista específico, crea un mundo, señala una realidad. El lenguaje levanta un mundo nombrando, la mirada construye un mundo viendo. Cuando la pintura de Luis Carlos Muñoz se resuelve en un punto de vista único, y hay, como en este caso, una solución pictórica, se pasa de la indeterminación de un espacio innombrable, a la determinación de un sitio, y cuando la pintura constituye un hecho en sí y para sí, entonces pasamos del sito al lugar, es decir de lo inhumano a lo humano, de la naturaleza al arte.
Lo visible parece reposar en sí mismo. Cuando la pintura le arrebata su realidad y crea otra, la realidad pictórica, la arroja fuera de sí y la pone a vivir para nosotros. Aunque la naturaleza de hecho nos brinda su tranquilidad y belleza, en la obra de Luis Carlos Muñoz, la pintura agrega voracidad, anarquía, caos. Extrañeza de lo humano, pues ahí donde sería pertinente la contemplación, el arte agrega toda la incertidumbre, siembra la perplejidad, acude a la turbación. Sin la mediación de la pintura, la naturaleza permanecería ajena a nosotros, por eso le agregamos nuestra humanidad, para acceder al ser, a nosotros mismos.
Luis Fernando Valencia
LUIS CARLOS MUÑOZ RESTREPO
VOCATIONAL TRAINING
• Specialist in Arts with emphasis on artistic creation. Faculty of Arts. University of Antioquia. 2008.
• Economist. Universidad Cooperativa de Colombia. 1982.
ADDITIONAL ART TRAINING
• 2010. Who\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\'s afraid of beauty? VIII National Seminar on Theory and History of...
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