“Ven conmigo al vacío”. Yves Klein (1928 – 1962) titulaba así la letra de una canción que fue usada en su exposición de 1960 Pinturas antropométricas. El vacío, la levedad, la transparencia, “¡ese vacío inconmensurable en el que vive el espíritu permanente y absoluto liberado de toda dimensión!”… Las aspiraciones filosóficas de Klein eran tales que su frenesí artístico de siete años marcó el arte de la segunda mitad de siglo XX y aún hoy se mantiene como uno de los creadores más indómitos, indescifrables e influyentes de la historia reciente.
Yves Klein nace en Niza en 1928. Su madre es Marie Raymond, pintora abstracta hija de una acaudalada familia de perfumistas de la zona y de Fred Klein, pintor figurativo que también era marchante de arte. Por la casa de la familia Klein desfilaron figuras como Jean Arp, Robert Delaunay o Piet Mondrian. Así que el arte contemporáneo era un tema de discusión habitual en la infancia de Klein… Pero él se metió a judoca.
El joven Yves Klein mostraba un furor desatado por la filosofía y el esoterismo interesándose por las enseñanzas secretas de la orden Rosacruz. “Liberar el espíritu de los cuerpos sólidos y devolverlo al Edén de la unidad, devolverlo a la transparencia sin costuras del Espacio”, decía Max Heindel figura de la Fraternidad Rosacruz de principios de siglo XX que influiría enormemente en Klein que estudió durante años las enseñanzas de la hermandad secreta: “Pronto los cuerpos sólidos levitarán y las personalidades podrán salir de la materia por propia voluntad y viajar, en una forma inmaterial o etérea”.
Pero antes de levitar, el judo. Con poco más de 20 años, comienza a practicar judo de forma fervorosa. Todo lo que Klein toca lo convierte en apremiante. Así se comprende que en unos años, y tras pasar un tiempo en España dando clases de judo, estudiando filosofía y admirando al Greco, viaje a Japón donde consigue el cinturón negro. Pero a la vuelta a Francia decide dar un giro de 180 grados a su vida: mamá, ahora quiero ser artista.
Las monocromías serán las primeras obras y las más reconocidas de la fulgurante trayectoria del ahora pintor Yves Klein. Sus pinturas de un solo color —generalmente el azul que el mismo patentó con el nombre de International Klein Bleu (IKB)— aspiraban a devastar la historia del arte: no solo atacaba los elementos compositivos, representativos o figurativos, sino que quería desmarcarse del expresionismo abstracto que dominaba la vanguardia artística, especialmente al otro lado del Atlántico.
Color y vacío, los únicos elementos que se permitía Yves Klein y que caracterizarían la mayor parte de su obra. “Sentir el alma sin explicarla, sin vocabulario y representar esa sensación, esta es la razón que me ha llevado a la monocromía”. Pero su ideología artística que se nutre de influencias muy dispares —incluyendo también grandes cantidades de alcohol y anfetaminas— será hermética para buena parte de sus contemporáneos, incluyendo a sus padres. “No has entendido nada” responde Klein a su madre tras una de sus primeras exposiciones cuando ella trata de ser condescendiente con su hijo: “estos colores… combinan bien”.
Pero en 1958, tres años después de iniciar su carrera artística expone en la galería Apollinaire de Milán y su nombre empieza a circular en los corrillos artísticos. Klein va en serio. En todo lo que hace. Si hay que ayunar, ayunemos 45 días, y si hay que revolucionar el arte, no paremos ni para dormir. La vida de Yves Klein se tradujo en una espiral de trabajo incesante y trastorno severo con obras que tocaban todos los palos mostrando cada vez más interés por el happening.
Fue también en 1958 cuando organizó una exposición en la que se repartieron copas de líquido azul como bebida de comunión bajo el lema: “la sangre del cuerpo de la sensibilidad es azul”. Cuentan que algunos invitados se estremecieron y lloraron, otros se quedaron horas sin hablar y buena parte de ellos pasaron una semana orinando azul.
El éxtasis creador de Yves Klein le llevó a buscar el puro vacío con un peligroso salto desde una tapia que quedó inmortalizado en una foto y que sirvió como reclamo para su Teatro Vacío. O cuando pintó modelos de azul que desfilaban por una galería mientras una orquesta de cuerda y un coro tocaban y cantaban la Sinfonía Monótona-Silencio de una sola nota sostenida y 20 minutos de silencio. O cuando soltó miles de globos azules para su escultura aerostática. Sin olvidar sus pinturas de fuego usando como pincel la llama de una antorcha.
“Propongo que los artistas vayan más allá del arte mismo, porque el ser humano ya no es el centro del universo, sino el universo el centro del ser humano (…) Habiendo dominado la fuerza de las atracciones terrenas, levitaremos literalmente en una total libertad física y espiritual”. E Yves Klein levitó por fin el 6 de junio de 1962, fundiéndose con el vacío y dejando como herencia una leyenda única en la historia del arte contemporáneo.
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