«El que se alimenta de deseos reprimidos, finalmente se pudre».
– William Blake.
Te conocí no hace ya tiempo, en un exposición abierta en Caixa Forum Madrid. Hasta ese momento, solo sabía que habías escrito poesía hacía un par de siglos y, desgraciadamente, ni siquiera estaba al tanto de este dato porque hubiera leído nada tuyo sino, más bien, porque un músico zaragozano te había incluido en uno de sus temas y me había interesado en la adolescencia por ese grupo y, por extensión, por ti. Fue en una de sus salas dónde contemplé a un visionario que puso sus manos sobre las llamas del infierno de Dante para mostrar algunos de los bocetos, grabados y acuarelas más estremecedores y extrañamente decimonónicos que había visto nunca. Hasta que descubrí que Blake había nacido a mediados del siglo XVIII no fui consciente de hasta qué punto el legado pictórico era tanto o más notable que su aportación a la poesía. Ahora es el momento de que tú también descubras a uno de los pioneros del arte del siglo XIX.
El alumno de Durero, Miguel Ángel y Rafael
Es casi imposible que la pintura del siglo XVIII estuviera desvinculada de la religión y, por supuesto, en el caso de William Blake (1757 – 1827) no habrá excepción alguna. ¿O si? A un universo propio del que ya da buena cuenta en su faceta poética se suma el gusto por dar una imagen del cristianismo bastante alejada de la virginal postura de sus predecesores. Blake explora la religión a través del simbolismo mediante un uso de la luz y el color que no tienen nada que envidiar a la de los pintores que vendrían después.
Su pintura parte del manierismo para adentrarse en nuevos subterfugios y podemos atrevernos a decir que el grado de simbolismo alcanza cotas insospechadas que solo se volverán a ver a partir de finales del siglo XIX. En cierto modo, la ilustración del siglo XX es una revisión de las creaciones de grandes autores como Blake. Tampoco es difícil entender las primeras etapas de Picasso o del mismísimo Dalí después de haber contemplado una exposición completa del polifacético artista.
William Blake en algunas pinceladas
Ilustraba las publicaciones de otros pero nunca las suyas
Nunca se lanzó a hacerlo con sus poemarios «Iluminados» y «No Iluminados». Sin embargo, fue el ilustrador de Mary Wollstonecraft, Edward Young o John Milton.
Gran parte de sus obras pictóricas tienen que ver con una promesa inacabada
Más que una promesa era el sueño de Blake. Se trataba de ilustrar una edición de «La Divina Comedia» de Dante. Nunca la consiguió terminar debido a que falleció en 1827, dos años después de comenzar con la labor. De esa obra inacabada aún nos queda una colección de grabados que resultan espectaculares. Hablaremos de algunos de ellos a continuación.
La frase que resume la existencia de Blake sería…
«La imaginación no es un estado: es la existencia humana en sí misma». Cientos de años después, esta cita se convertiría en una parte célebre de su poesía y, por supuesto, en una declaración directa de principios. Para Blake lo onírico es lo único imperecedero, lo inmortal, lo infinito. ¿O acaso no es eso lo que persigue el artista? Blake lo encontraba en la imaginación.
William Blake, un visionario estético y social
Nos han quedado numerosas referencias escritas de la ideología igualitaria a nivel sexual y racial que él defendería toda su vida. Tengamos en cuenta que este artista nació en el siglo XVIII cuando ni mujeres ni otras etnias que no fuera la caucásica eran tenidas en cuenta.
Los abrazos son fusiones de pies a cabeza y no un pomposo Sumo Sacerdote que entra en un Lugar Secreto.
Fue en la última parte de su vida cuando la necesidad de escribir acerca de la supresión de la desigualdad se convirtió en la gran cruzada de Blake quién no terminaba de entender porque la opresión de la iglesia o del estado oligárquico continuaban siendo la tónica de la sociedad inglesa.
William Blake, el hombre que apoyaba el feminismo antes de Virginia Woolf
Permitidme que me permita la licencia de marcar el comienzo del feminismo moderno en el nacimiento de esta escritora y editora. Quizás lo haga porque, al igual que Blake, nació en Londres y, del mismo modo que lo fue el poeta, sería considerada una pionera en numerosos aspectos. Pero hablemos de Blake. Hablemos del héroe contra las cuerdas, de la hipersensibilidad en este artista que le llevaría a defender a capa y espada los derechos de las mujeres.
Mientras William Blake le enseñaba a leer a escribir, Catherine le ayudó a crear sus grabados.
Puede que lo hiciera porque conoció a Catherine y se enamoró de ella. O tal vez porque la curiosidad de esta les llevó a ambos al único camino que debería existir en el amor entre dos seres humanos; el intercambio y el crecimiento personal. Así, mientras Blake la enseñó a leer y a escribir, Catherine fue la compañera en la creación de sus famosos grabados.
Los grabados de William Blake fueron de Cathy y de Will a partes iguales. De hecho, se ha especulado mucho acerca del tema. Lo que si que está claro es que su defensa hacia la mujer le llevó a protagonizar numerosas escenas como cuando, según cuentan, se interpuso entre una mujer y su marido que la estaba maltratando.
Del mismo modo, fue un acérrimo defensor de la libertad sexual y, de hecho, «quiso liberar a la gente de la culpa tantas veces ligada al placer sexual» (William Blake: flagelo de tiranos de Juddy Cox). Lo que está claro es que toda esta experiencia se hizo patente en obras tales como El anciano de los Días (1794) o El infierno de Dante.
Como pintor muestra su mundo peculiar como también lo hacía en sus escritos. Efectivamente tiene pinta de que estamos ante uno de esos casos de genio/loco.