El romanticismo permitió a los artistas manifestar sus inquietudes a través de visiones sublimes de la naturaleza. Joseph Mallord William Turner (Londres, 1775- Londres, 1851) inventó paisajes resueltos sólo en la imaginación, convirtiéndose en un retratista de sensaciones.
La observación directa de una tormenta le impresionó de tal forma que realizó un pormenorizado estudio de sus componentes. Dos años más tarde, había creado Aníbal cruzando los Alpes (1812). En este lienzo, fabrica un torbellino de claros y oscuros para reproducir la fuerza desatada por la naturaleza. Este será el punto de partida hacia su genialidad.
Parece habitual que cuando el artista se aleja de la norma, sus contemporáneos le diagnostiquen algún tipo de deterioro mental. También, fue el caso de William Turner al proponer el paisaje como una interpretación de las emociones suscitadas por los elementos naturales. Partiendo del concepto como fundamento y la abstracción como objetivo, llegó hasta matices impresionistas que captaban lo accidental en pinceladas cada vez más sueltas.
El pintor inglés contó con el apoyo incondicional de sus mecenas y nunca tuvo problemas económicos. Por ello, pudo pintar siempre lo que quiso, siendo el mar su fascinación.
Su prodigiosa técnica extenuó las posibilidades de la acuarela para construir imposibles atmósferas difuminadas, vaporosas e incorpóreas, habilidad que, también, mostró con el óleo. La teoría del color de Goethe (1810) influyó intensamente en su pintura y el análisis de los efectos lumínicos y cromáticos lo recoge, por ejemplo, en Luz y color (1843), donde ejecuta un remolino amarillo equilibrado por abrumadoras tonalidades oscuras. El negro abandonaba su relación con la ausencia de luz para ser un color más.
De la misma manera, Turner empleó su ingenio para ofrecer crónicas de la época. Este es el caso del Incendio en la Cámara de los Lores y los Comunes (1834), en el que retrata el ambiente fulgurante del siniestro, centrándose en los efectos del fuego sobre el agua del Támesis.
O del Temerario remolcado a dique seco (1838). En el que deja constancia de la nostálgica jubilación del glorioso barco de combate. Aludida en el ocaso, cuya luz se refleja plácidamente en el mar, junto a las imponentes figuras de los navíos. La máquina de vapor arrastra al obsoleto buque hacia su abandono, enfrentando la tradición con la modernidad.
En su obra más emblemática, Lluvia, vapor y velocidad (1844), recrea una locomotora en una perspectiva atmosférica difusa y empastada, en la que la luz desmaterializa las formas y sólo las líneas rectas indican de qué se trata. Turner simula la velocidad del tren como si estuviese en movimiento y fuese a salir del lienzo. Además, agrega el detalle figurativo de una barca, dando un contraste vertiginoso que alcanza una turbadora y placentera dualidad. A la izquierda, calma, y, a la derecha, fugacidad.
Poco a poco, su pincelada tenderá a la disolución y compondrá obras que se mueven entre lo real y lo onírico, como en Amanecer con monstruos marinos (hacia 1845), en el que el entorno se vuelve mágico. El agitado mar alberga las tonalidades ocres del cielo y, en el centro, brotan dos cabezas esperpénticas. Un toque figurativo en un paisaje casi alucinado, cargado de efectos etéreos conseguidos mediante el ímpetu sensitivo del color.
It is imposible to say somthing to explain Turnner Art
Arterick
Excelente análisis, buena pagina, felicidades
Daniel J Vega