Como en las pinturas de Tomás Castaño, existen días de cielo entornado, con cartel de cerrado por descanso, repletos de cúmulos que circulan ensimismados entre sus condensaciones inocentes, sin amenazas aparentes de descarga. Hoy tendremos un respiro, parecen anunciar. Son días que apaciguan la intensidad cegadora de la luz continua, de la prisa por marcharse de los veranos.
Llegan e inundan el ambiente con esa tenue sensación de ‘dejà vu’, la del eterno retorno de atravesar los mismos umbrales. Umbrales que en realidad ya sólo viven en los lienzos y las fotografías de esas exposiciones con apelativo reiterado: “la ciudad como era”. Se trata de imágenes condenadas a decorar los rincones que, de cuando en cuando, atraen a algún extraviado con ganas de volver a exclamar aquello de “pero, cuánto hemos crecido” o “cómo hemos cambiado”.
Buena parte de la obra de Tomás Castaño (Santander, 1953) es un empeño por devolvernos a esos pintorescos portales de comercios, farmacias, tabernas o cafés, ya prácticamente desaparecidos o en peligro de extinción, aniquilados, compactados y uniformados por la apisonadora de la franquicia sin corazón de nuestro tiempo. La solera de esas antiguas estructuras, la serenidad de esos portales de trazado cuidadoso y realista, anunciaban espacios acogedores incluso en las atmósferas de monotonía gris de la calma chicha. Lugares donde no todo era un sírvase usted mismo, abone el importe y deje cuanto antes el espacio para que llegue el siguiente.
De formación autodidacta y con más de cuarenta años dedicándose con entusiasmo a los pinceles, Tomás Castaño, si bien centrado en las plasmación de las arquitecturas mencionadas, también muestra cierto gusto por otro tipo de paisajes. Entre ellos abundan las escenas de Santander, su ciudad natal, junto con su inseparable playa de El Sardinero. Así como la materialización de otros paisajes con cielos contaminados, con escenas marítimas, con torres de alta tensión atravesando la campiña, requiebros de alguna calle secundaria en poblaciones desiertas o bodegones simplificados a su máxima expresión. Paisajes cargados, todos ellos, eso sí, por la iluminación pausada y contenida de sus perpetuos cielos omninublados. El estilo de la pincelada realista de Castaño, deja paso también, en algunas de sus obras, a ciertas incursiones con coquetería dentro de estilos más conceptuales.
Tomás Castaño ha mostrado su obra en exposiciones colectivas por varios países como Alemania, Holanda, Francia, Argentina, Japón, Italia, así como en numerosas exposiciones individuales y colectivas a lo largo de todo el territorio español. En el año 2005 representó a Cantabria en la Bienal de Florencia. En el mismo año fue incluido entre las 20 mejores obras del Salón de Invierno de la Galería Esart en Barcelona y en el año 2011 se le concedió el primer premio del concurso de la Asociación de Emprendedores de las Artes y las Letras de Valencia. Posee, entre otras galerías, obra en permanencia en Bellarte Gallery de Seul (Corea), Galería Sharon-León, Colorida Gallery de Lisboa, El Claustre Galería d’Art-Girona, Galería Montsequi-Madrid, Galería Este-Santander y Espacio 36-Zamora.
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