¿Qué se puede esperar de una persona que miente sobre el lugar y su fecha de nacimiento? Como mínimo, despierta sospecha, pero también intriga. Así fue la vida y la trayectoria artística de Tamara de Lempicka: seducir, sofisticar, confundir y trabajar, claro, porque la artista polaca también tuvo tiempo para elaborar un estilo pictórico inconfundible que la convirtió durante décadas en una referencia, sobre todo en sus retratos y desnudos.
¿Y bien? Entonces, ¿dónde y cuándo nació Tamara Rosalia Gurwik-Górska? Oficialmente su nacimiento se fija en Varsovia en 1898, época en la que Polonia se divide entre Prusia y el Imperio Ruso. Buena parte de sus biógrafos consideran que este hecho llevó a Tamara a retrasar su nacimiento unos años, tal vez para ganar un poco de juventud y tal vez para evitarse chismorreos por haber nacido en territorio y época zarista.
En 1918 se casa con Tadeusz Lempicki con quien se traslada a París adquiriendo su apellido. Después añade a su nombre un ‘de’ que le da un matiz más aristocrático: Tamara comienza muy pronto a entender que en el mundo en el que quiere triunfar —y en cualquier otro, al fin y el cabo— no importa tanto lo que vendes, sino cómo lo vendes. La joven polaca frecuenta los ambientes artísticos del París de los locos años 20 y se vuelca en construir su personaje mientras desarrolla su carrera artística.
Entra en la Académie Ranson bajo la tutela de Maurice Denis —artista y crítico clave en la evolución del arte de vanguardia de los años 20 perteneciendo al grupo de Los Nabis— para después enrolarse como discípula de André Lothe, a la postre su padre artístico. Es en las siguientes dos décadas cuando Tamara forja un estilo que la convertirá en un icono, posteriormente muy explotado por la moda, el cine y la publicidad.
Partiendo de elementos técnicos cubistas y simbolistas e influenciada por el manierismo de autores como Botticelli o Ingres, la artista polaca se centra en el retrato ofreciendo unas figuras monumentales pero estilizadas, facetadas, con una gran economía cromática y una estética sofisticada, pero decadente. Son mujeres jóvenes, bellas, pero con ojeras y miradas indolentes, mujeres que conducen coches rápidos, que salen hasta altas horas de la madrugada, que fuman, beben y aman. Mujeres, al fin y al cabo, que hacen lo que quieren y viven como les da la gana. Tal y como siempre quiso vivir la propia Tamara de Lempicka.
Cuando en 1929 pinta su celebérrimo Autorretrato en un Bugatti verde todo encaja definitivamente. Tamara se erige un icono de su época. Y todos empiezan a preguntar, ¿quién es esa chica que pinta? Y la artista polaca construye su historia. Porque el arte no deja de ser un artificio por muchos adjetivos grandilocuentes que le dediquemos. Y tras una década en París, Tamara sabe cómo jugar sus cartas en un mundo impostado, en un mundo de hombres que también pintan, pero sobre todo manejan.
En los años 30, el prestigio de la artista polaca como retratista es tal que llega a pintar al rey Alfonso XIII durante el exilio del monarca en Roma en tiempos de la II República. Y es que el equilibrio entre la vanguardia y las influencias clásicas, entre la sofisticación y el misterio, provocan que la maniera de Tamara sea muy bien recibida en las altas esferas, allí donde la artista quería llegar.
Convertida en baronesa tras casarse con el barón húngaro Raoul Kuffner de Diószegh, la pintora polaca ya no tiene que fingir un ademán aristócrata… Ya lo es. Y el siguiente paso era dejar el París prebélico para alcanzar la nueva meca de la vanguardia mundial: Estados Unidos. Primero llega a Los Ángeles donde se siente como pez en al agua en las fiestas de las colinas de Hollywood y en Beverly Hills. Barón y baronesa llegaron a vivir en la antigua mansión del director King Vidor.
Poco después, la pareja, a la que se une Kizette, la hija de su primer matrimonio, se mudan a Nueva York donde se gestan las nuevas vanguardas pictóricas de este lado del Atlántico. Pero el estilo de De Lempicka va perdiendo comba ante el empuje del expresionismo abstracto, que nunca satisfizo a la artista europea. Aunque todavía expuso con éxito en París a finales de los 60, en su última década Tamara aparcó los pinceles y se dedicó por enteró a su otra gran pasión: vivir. Tamara de Lempicka fallece en 1980 en Cuernavaca a donde había ido a vivir unos años atrás, dejando un legado artístico y personal que se amplificaría considerablemente hasta nuestros días.
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