“No es difícil trazar formas imaginarias, figuras monstruosas, apariciones alucinantes; lo difícil es lograr entrever algo invisible que anima interiormente a los seres y las cosas del mundo visible”, expresaba el pintor japonés Hokusai, maestro en el retrato de flores, demonios y fantasmas. Precisamente esa dificultad, la de hacer explícitas las fuerzas ocultas que nos llevan, tal vez no a justificar, pero sí casi a comprender las motivaciones de lo macabro, se reflejan especialmente en la obra del pintor Richard Dadd y, de manera más acusada, en su célebre pintura El golpe maestro del duende leñador (1855- 1864).
Richard Dadd (Kent, Inglaterra, 1817-1886), hijo de un químico muy reputado de la zona, tuvo ocho hermanos de los cuales la mitad sufrieron diversos trastornos mentales que determinaron en última instancia el final de sus vidas. En este contexto familiar, no es de extrañar que también Richard sufriese severos trastornos psicóticos. A los dieciocho años se trasladó a Londres con su familia para estudiar arte en la Royal Academy. Desde sus inicios demostró un gran talento para el dibujo, llegando a fundar un grupo de pintura prerrafaelita llamado The Clique (La Pandilla). Será dentro de dicha asociación donde llegue a obsesionarse por la temática del misterio, las hadas, los duendes y las criaturas sobrenaturales.
Ya en 1842, y a instancias del antiguo alcalde de Newport, amigo personal, se embarca en un viaje hacia Grecia, Turquía, Palestina y Egipto con el objetivo de dibujar y aventurarse en todo tipo de excesos. El artista tuvo la oportunidad de valorar el misterio y la belleza, pero hubo también de enfrentarse a la dureza del clima extremadamente caluroso y las enfermedades. En este sentido, es conocida una fuerte insolación sufrida en Egipto, que le dejó a las puertas de fallecer y, a raíz de la cual, comenzó a escuchar los mensajes de Osiris. Richard se comunicaba supuestamente con el dios egipcio a través del burbujeo de las cachimbas. Y este le solicitaba acabar con las encarnaciones de su enemigo, Seth.
De vuelta a Londres, donde los doctores ya habían advertido al padre de los trastornos mentales irreversibles sufridos por su hijo, Richard se cita con su progenitor en su pueblo natal, y en uno de sus supuestos paseos de recuperación de las facultades, asesta a su padre un hachazo en la cabeza, para posteriormente apuñalarlo repetidas veces en el pecho y acabar degollándolo, desmembrándolo y arrojándolo a una zanja. En su huida en tren hacia Francia, intenta degollar a uno de los pasajeros, y es detenido. Richard Dadd, enviado por Osiris, tenía una larga lista de enemigos que aniquilar, entre ellos el Papa, el emperador de Austria y, encabezando la lista y luctuosamente malogrado, su propio padre.
Tras el parricidio, Richard Dadd es extraditado a Inglaterra e internado en la State Criminal LunaticAsylum, desde donde ya no volverá a disfrutar de libertad en los cuarenta y dos años que le restan de vida. Será dentro de los psiquiátricos, y tras reducir paulatinamente la agresividad de su paranoia, donde realice la mayor parte de su actividad pictórica. Entre ellas, su obra maestra, El golpe maestro del duende leñador, albergada actualmente en la Tate Gallery londinense. De esta obra, que fascinaba al premio nobel, Octavio Paz, llegó a afirmar éste que es “el cuadro de la ausencia y de la espera”. El leñador nunca llega a asestar el golpe de hacha en la nuez, sino que queda congelado en su intento y, por lo tanto, el maleficio nunca será capaz de romperse. Y no se trata del único artista impactado por dicha obra, el grupo de rock, Queen, le dedicó una canción homónima en 1974.
Se trata pues de una pintura de carácter onírico, casi tridimensional, en la que las capas se acumulan casi obsesivamente. La ausencia de perspectiva y la acumulación barroca y saturada de figuras y formas, produce cierto cansancio visual que obliga al espectador a una gran capacidad de atención para poder apreciar todos sus detalles. En el cuadro se representan por todas partes, incluso en los rincones más insospechados, una multitud de hadas, gnomos, duendes y trasgos con expresiones burlonas y en algunos casos hasta despiadada. Todos ellos observan con interés el centro de la escena, donde el leñador, que bien pudiera tratarse del propio Robert Dadd, está a punto de asestar el golpe de hacha con el que romper la nuez y destruir el hechizo. Pero ese golpe nunca llega. Y el hacha está inacabada. La punta no está dibujada. Lo que se ve en ella es la propia tela del cuadro. Y todo está congelado. Sin pintura. Y a la espera.
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