Huida a Egipto (hacia 1629), San Francisco rezando en una gruta (hacia 1660- 1665), Aparición de la Virgen a san Pedro Nolasco (hacia 1628-1630) o Los desposorios místicos de Santa Catalina de Alejandría (1660- 1662) son algunas de las últimas piezas atribuidas a Francisco de Zurbarán. Todas ellas forman parte de la exposición de 63 óleos que el Museo Thyssen exhibirá en sus salas de Madrid hasta el 13 de septiembre.
La muestra titulada Zurbarán: una nueva mirada da claves desconocidas para interpretar al autor español, cuya genialidad crece con el tiempo. Desde su juventud hasta la plenitud de su carrera, se repasa al Zurbarán más conocido, al artista místico y realista, pero, además, se revisa su obra atendiendo a los nuevos cuadros que le han sido atribuidos y se descubre a un nuevo Zurbarán, más cromático y trascendental.
Coetáneo de Velázquez, Francisco de Zurbarán (Fuente de Cantos, 1598- Madrid, 1664) murió en la pobreza. Sus cuadros profundamente espirituales, tenebristas y silenciosos nunca recibieron los honores de otros grandes maestros españoles del Siglo de Oro. Ahora se pone en valor el espíritu innovador que revela que fue mucho más que un pintor de temática religiosa. Se destapa su rica paleta cromática, elegante y moderna, una pintura minuciosa y detallista manifestada, por ejemplo, en los paños o adornos de sus lienzos; y su especial sensibilidad para trabajar la luz.
Se subraya también el quehacer del pintor en otros géneros menos asociados a su figura, como el bodegón y el paisaje. En relación a este último, aunque no pintara cuadros específicos, sí que incorporó en gran parte de sus fondos elementos de la naturaleza, como vigorosas montañas y vegetación. Hacia 1650, el estilo de Zurbarán tornó a una pincelada más suave, efectos lumínicos más tenues y figuras y fondos menos oscuros. Incluso antes que Murillo, adaptó su pintura a la reforma católica de la época y la pureza que implicaba.
Este universo callado y solemne que recoge su obra conectó con algunas de las inquietudes desarrolladas en las generaciones modernas, desde el cubismo hasta la pintura metafísica. No sólo se fijaban en el realismo y misticismo de su trabajo, sino, especialmente en su concepción trascendental ejemplificada en los bodegones.
La exposición también dedica un espacio para confrontar su obra con la de los alumnos más aventajados de su taller. Uno de ellos fue su hijo, Juan de Zurbarán, autor de magníficas pinturas de flores y frutas.
Las obras reunidas pertenecen a importantes museos y colecciones privadas de España, Europa y los Estados Unidos. De ellas, casi una veintena no han sido nunca expuestas en el país, bien porque se han atribuido o recuperado recientemente. Otras regresan tras años de ausencia, como San Serapio (1628), una de las pinturas más significativas de su producción, que lo hace por segunda vez en cinco décadas.
Comentarios recientes