La figura del gato ha tenido una simbología ambivalente entre las distintas civilizaciones y culturas. Así, mientras que en el Japón feudal el gato se convierte en un mal presagio o en la Cábala y el Budismo encuentra una relación directa con la significación de la serpiente, en el Egipto faraónico son considerados como auténticas divinidades.
Sin ir más lejos la diosa Bastet, quien simboliza la protección doméstica y la armonía, es representada con las formas felinas. Por otra parte, el gato, sobre todo el negro, se asociará asimismo a la magia y la hechicería de las brujas en la época del medievo. Como vemos, son muchas y muy distintas las utilizaciones simbólicas del gato en el imaginario de las distintas sociedades y por tanto, como producto directo de este, en sus expresiones artísticas.
Los gatos protagonizan o son espectadores inquietantes en numerosas escenas entre los más variados pintores y artistas de todas las épocas. Durante el período barroco se representan como animales de compañía en ambientes domésticos, tanto en humildes estancias campesinas como en palacios. Su presencia en este sentido se hace notar en importantes obras como Estudio de un gato, de Gainsborough (1765-69) o Las hilanderas, de Velázquez (1657). En cuyo último caso aparece agazapado entre los pies de la tejedora, casi confundiéndose con los ovillos.
Durante el siglo XVIII, en el período de la Ilustración, comienza a destacarse en las pinturas su lado más seductor y enigmático. Esa perspectiva elegante y pícara de la representación del gato está patente en las obras de Jean Baptiste Chardin, William Hogarth, François Boucher, José del Castillo o Giacomo Ceruti. También, cómo no, el gato está presente en algunas de las obras de Goya, quien supo además imprimirle su carácter cazador y pendenciero. Es el caso de la mirada desafiante de los tres gatos hacia el ave en el Retrato de Manuel de Zúñiga (1786) o la aún más explícita crispación felina en el caso de Riña de gatos (1786).
Ya en la corriente del romanticismo y el impresionismo del siglo XIX, el gato adquiere su materialización más solitaria, independiente y melancólica, y pasa a formar parte, casi como compañía indispensable de algunos de los más conocidos retratos femeninos. Así, aparece por ejemplo en la célebre Olympia (1863) de Manet, y siguiendo la estela del mismo autor en el retrato que el pintor parisino realiza sobre su sobrina Julie. El gato será también motivo de estudio en los dibujos de Toulouse Lautrec, sobre todo en la creación de sus carteles publicitarios. De manera particularmente destacable será aquel cartel de Seteinlen, utilizado para promocionar el cabaret Chat Noir, uno de los emblemas de la Belle Époque.
Steinlen es sin duda uno de los pintores contemporáneos que mayor dedicación ha empleado en la representación pictórica del gato. Además del cartel mencionado, el pintor y litógrafo francosuizo posee entre sus pinturas una visión modernista del gato, en el que este adquiere una identidad propia y transmite sin ambages su protagonismo. Es el caso por ejemplo de su obra Des Chats (1910), en la que dos gatos y su posición bastan para narrar la historia. Por otro lado, los felinos domésticos también son tratados por pintores abstractos como Paul Klee, y especialmente en su pintura El gato y el pájaro (1928) donde el animal doméstico es sometido a un estudio psicológico en la conceptualización de su retrato.
Otros importantes artistas que han mostrado interés en la figura del gato como paradigma de la astucia han sido el propio Picasso o el conocido como “el pintor de los gatos”, Louis Wain. Dicho artista inglés llegó incluso a imprimirle un carácter antropomórfico a sus representaciones. Algunos especialistas aseguran que la obra de Wain refleja su estado de esquizofrenia, en su representación de gatos en actitudes humanas, incluso vestidos, pero lo cierto es que sus obras adquirieron tal difusión que llegaron a formar parte de calendarios, sellos y postales de la época.
Tal es la trascendencia de la historia pictórica del gato que incluso existe un museo habilitado para la exposición exclusiva de obras en las que este es el protagonista. Se trata del Kattenkabinet (Gabinete del gato), ubicado en Ámsterdam y fundado en 1990, alberga obras nada menos que de Rembrandt, Toulouse Lautrec, Picasso o Manet, entre muchos artistas conocidos. La Apoteosis de los gatos (1885) de Steinlen también se atesora entre sus caudales. En definitiva, los gatos son un enigma por descifrar también entre las obras de arte. «Mi gato nunca se ríe o se lamenta, siempre está razonando», escribía Miguel de Unamuno.
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