Si hiciéramos una lista de los cuadros más representativos del siglo XX sería impensable dejar fuera a Las señoritas de Avignon. El cuadro ejecutado por Picasso en 1907 no comenzó a circular hasta varios años después: se mantuvo custodiado por el propio pintor que, sin duda, no quería desprenderse de una de las obras más reflexionadas de su carrera. Pero muchos artistas, galeristas y críticos ya la conocían por haberse pasado alguna vez por los estudios del pintor: Las señoritas de Avignon fue el germen de la vanguardia, el inicio del cubismo.
“Un ultraje, un intento de ridiculizar el arte moderno”. Matisse fue uno de los primeros en ver el cuadro y en sufrir su impacto, porque Las señoritas nunca deja indiferente. A pesar de que Picasso no andaba precisamente falto de orgullo, seguro que la lluvia de palos que le cayó en estas primeras exposiciones exclusivas no le dejaron muy contento. Un año de duro esfuerzo y ni tus propios colegas aprecian tu trabajo. Tal vez estas primeras críticas también influyeron para que el artista malagueño dejara reposar una temporada un cuadro al que todavía no le había llegado su momento.
Un año y medio antes, Pablo Picasso comienza la preparación de un cuadro de gran formato inspirado en su héroe Cezanne. Sería una escena de bañistas en la que seguiría investigando la estilización de la figura humana tal y como venía haciendo desde 1905. Pero tras ver unos grabados de Degas cambia el escenario: las mujeres estarán en un burdel, concretamente de la calle Avignon en Barcelona.
Este giro temático puede parecer poco trascendente teniendo en cuenta que es el aspecto formal del cuadro lo que termina convirtiéndolo en un mito, pero no cabe duda de que para el artista tuvo su relevancia. Y es que Picasso realizó más de 700 esbozos durante el proceso de preparación del cuadro: sabía que estaba ante un lienzo que podía marcar su futuro artístico.
Es a través de estos estudios como los analistas descubrieron sus principales influencias más allá de Cezanne, Matisse y otros pintores que habían presentado cuadros con temáticas similares: el arte ibérico, el arte egipcio o el arte africano, el primitivismo, en suma, define los rostros de las mujeres de Avignon. Los tres rostros de la izquierda se emparentan con los relieves egipcios mientras que los dos rostros deformados de la derecha recuerdan a las máscaras africanos. Y en el rostro inferior, la revolución: está pintado desde dos perspectivas diferentes. Picasso ensaya por primera vez el cubismo.
Y es que Las señoritas de Avignon son la antítesis de la sensualidad en sentido clásico. Los cuerpos están descompuestos en facetas, parecen cristales afilados, agresivos. El hecho de que apelen directamente al espectador con esa mirada fría e indolente, casi animal, junto al gélido fondo inacabado, también contribuye a la inquietud del voyeur.
No cabe duda de que Picasso buscaba algo más que un nuevo lenguaje con esta obra: el tema escogido y su enfoque dieron lugar a muchas teorías, algunas de ellas incómodas y provocadoras. Incluso se llegó a decir que era un talismán mágico contra las enfermedades venéreas. Pero Picasso nunca dijo ni mu sobre el trasfondo simbólico del cuadro.
Con todo, Las señoritas de Avignon sigue siendo uno de los lienzos más misteriosos del siglo XX. Para algunos analistas es la historia de un fracaso puesto que, si lo leemos de izquierda a derecha, nos muestra diferentes enfoques formales como hemos señalado. Las figuras de los extremos poco tienen que ver entre sí. De hecho, el cuadro nunca se llegó a terminar, tal vez porque las críticas negativas afectaron demasiado al genio; tal vez porque, tras 700 bocetos y numerosos cambios en la obra, Picasso consideró que Las señoritas no tenían arreglo. O tal vez porque un buen día el artista malagueño la miró y dijo «hasta aquí, ni una pincelada más, ya la entenderán en unos años«.
No sabemos si esta falta de armonía estilística en el cuadro fue deliberada o un golpe de suerte, pero a la postre ha sido el elemento principal que ha convertido Las señoritas de Avignon en mito: esta obra es la bisagra sobre la que gira la pintura de los años venideros, es la puerta de entrada de las vanguardias hacia un lenguaje nuevo. Un mismo lienzo para el pasado, el presente y el futuro del arte.
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