Todos los días pasan cientos de personas por delante de La Primavera de Botticelli en la Galería Uffizi admirando su belleza y suspirando su misterio. Porque La Primavera es maravillosamente bella… y enigmática. Llevamos cinco siglos tratando de conocer la intrahistoria del cuadro y apenas hemos dado un paso adelante. Al fin y al cabo, este cuadro de enorme formato del genio florentino es la quintaesencia del Renacimiento: un arte de doble filo que punza alma y cerebro, que deleita nuestro sentido estético y activa nuestra intuición.
Dicen los botánicos que en La Primavera encontramos hasta 190 tipos diferentes de flores y plantas, todas ellas elegidas de entre las que crecen en la primavera del campo toscano. Si Sandro Botticelli (1445 – 1510) pierde ese tiempo tomando nota de cientos de flores para crear un ambiente propicio y estricto para su obra, cabe imaginar que la historia que cuentan los nueve (ocho) personajes del cuadro no es tan solo un homenaje a la primavera. Es algo más.
Pongámonos en situación. La élite florentina está alcanzando un grado de intelectualismo que roza el trastorno mental. La corte de Lorenzo el Magnífico vive entre discusiones artísticas, aireados debates filosóficos, ardor metafísico y alguna que otra frenética fiesta… El compromiso católico se combina con la fiebre neoplatónica que trata de conducir a sus iniciados a un éxtasis virtuoso. Sobre esos cimientos se asienta esa torre de marfil en la que desarrolló su arte Botticelli, uno de los precursores de la renovación filosófica de la pintura gracias a sus contactos con Marsilio Ficino, gurú neoplatónico de la época.
Y llegamos a La Primavera. En esta obra se conjuga una técnica singular que rompe incluso con algunos de los postulados clásicos del Quattrocento con una profundidad filosófica y alegórica que convierten la obra en un rompecabezas interpretativo. Son 9 figuras que en realidad son 8, porque una está repetida: de derecha a izquierda: Céfiro, el viento que trae la primavera, sujeta a Cloris, ninfa que se transforma en Flora. En el centro está Venus y sobre ella Cupido que dispara su flecha a una de las Tres Gracias. Y en el extremo izquierdo —aislado, en su mundo— Mercurio, la figura más singular del cuadro.
La iconografía superficial es clara. El cuadro se lee de derecha a izquierda. Céfiro rapta a Cloris por la fuerza, pero, tras arrepentirse y casarse con ella, le regala un jardín que florecerá para siempre transformándose en Flora, la Primavera. Venus es el centro del cuadro, la maestra de ceremonias que nos invita al Jardín del Edén. Por su parte, Las Tres Gracias —para unos el encanto, la belleza y la fertilidad; para otros la castidad, el placer y la voluptuosidad— danzan mientras Cupido apunta a una de ellas que vuelve sus ojos hacia Mercurio, cayendo bajo el hechizo del maestro de la sabiduría y el misterio.
La interpretación clásica del cuadro —y probablemente la más acertada— es la que relaciona su trasfondo con la filosofía neoplatónica caracterizada por una ferviente búsqueda de la virtud moral y una defensa del amor —del amor platónico, no voluptuoso, no carnal— como la fuerza motriz del universo. La Primavera representaría, por tanto, el ciclo del amor platónico, desde el amor terrenal representado por Céfiro hasta el amor celestial representado por Mercurio. Y un ciclo también intelectual que parte de la pulsión sexual al entendimiento supremo.
Pero La Primavera también podría contener desde símbolos políticos a referencias concretas a personajes de la época, señalándose que pudo ser un regalo de boda en el que algunos de los personajes, caso de Mercurio, representan a los protagonistas del enlace. Los historiadores del arte, en este sentido, consideran que La Primavera forma pareja iconográfica con el celebérrimo Nacimiento de Venus, siendo este último el éxtasis de la verdad suprema, de la belleza pura representada por la Venus Desnuda.
Botticelli, menos interesado que la mayoría de sus contemporáneos en la captación de la perspectiva —este cuadro es un tableau vivant con todas las figuras en primer plano y sin apenas fondo— ejecutó con La Primavera una de sus obras inmemoriales, plena de belleza y plena de misterio: un hito pictórico que seguimos disfrutando… perplejos.
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