A finales del s. XVIII se empezaron a inaugurar algunos de los museos públicos más relevantes de Europa, como los Museos Vaticanos en Roma o el Museo del Louvre en París. En 1780 se inauguraba el Museo Pío Clementino (parte de los actuales Museos Vaticanos) nombrado así en honor a los dos papas que lo concibieron: Clemente XIV (1705 – 1774) y Pío VI (1717 – 1799).
Todos los papas del s. XVIII realizaron actos destacados en la compra de colecciones artísticas, especialmente de arte romano y fueron configurando la colección vaticana. Nace una consciencia entre los aristócratas de dar a conocer su colección familiar como símbolo de prestigio social e identidad personal, por ello, abren su colección al público. El Museo Pío Clementino nace gracias a este cambio de mentalidad, con la intención de publicitar el poder del arte romano clásico y, consecuentemente, el poder del Papado.
Clemente XIV y Pío VI realizaron modificaciones en el cortile del Belvedere, de mano del arquitecto Filippo Simonetti, para adecuarlo al concepto de museo que estaban elaborando y que fue el precedente de lo que hoy conocemos como los Museos Vaticanos. Posteriormente se añadirían, entre otros, el Museo Chiaramonti y el Museo Gregoriano.
Durante la Revolución Francesa (1789 – 1799) y el Imperio Napoleónico (1800 – 1814) se produjo en Francia un movimiento de obras como nunca visto. Dentro del país, el estado francés se apropió de muchas de las obras de la Iglesia una vez suprimidas las órdenes monásticas, así como de los bienes de aquellos nobles que huyeron de la revolución. Las Guerras Napoleónicas también sirvieron de fuente de ingreso de gran cantidad de obras obtenidas como botín de guerra. A medida que las fuerzas napoleónicas iban conquistando Europa, iban saqueando las ciudades en busca de aquellas piezas de mayor relevancia; no se lo llevaban todo, conocían qué valía la pena coger. Un claro ejemplo de esta fuerza saqueadora es la enorme colección del Louvre de arte egipcio, sustraído entre 1798 y 1801 en la Campaña de Egipto.
En 1793 se abría al público el actual Museo del Louvre, llamado inicialmente Museo Francés y que pasaría a llamarse Museo Napoleónico en 1802 para ensalzar el poder del emperador. Inicialmente se expusieron unas 300 obras confiscadas al rey y a la nobleza, colección que se incrementaría rápidamente gracias a las conquistas europeas. La primera aportación didáctica del museo fue la elaboración de unas cartelas en las que se especificaba el nombre de la obra y del autor, así como el nombre de a quién se le había confiscado dicha pieza.
En un principio, Napoleón ofreció el puesto de director de los museos franceses a Jacques-Louis David pero éste lo rechazó, por lo que en 1799 acabó nombrando director a Dominique Vivant Denon (1747 – 1825) quién lo acompañó a Egipto y había publicado un libro sobre los monumentos egipcios que tuvo mucho éxito.
Vivant Denon realizó un trabajo extraordinario de ordenación de las obras del Museo Napoleónico que se encontraban dispuestas sin orden ni consenso. Tuvo que investigar y aprender acerca de muchas épocas y muchos estilos. También se encargó de la creación de los museos provinciales de Francia a los cuales iba mandando algunas de las obras que llegaban de las campañas napoleónicas por Europa. Por este curioso motivo, hoy en día se pueden encontrar obras de gran relevancia por toda Francia en ciudades de escasa trascendencia artística.
El Museo Napoleónico finalizó cuando el emperador fue derrotado y los países europeos fueron reclamando las obras que les habían expoliado. Muchos consiguieron ser devueltos al lugar de origen, pero hubo muchos que aún siguen en Francia o en paradero desconocido. El museo que quedó después de devolver parte de las obras es el actual Museo del Louvre, uno de los museos más completos del mundo, sin lugar a dudas.
Respecto a las obras expoliadas en España, Vivant Denon no tuvo demasiado éxito, puesto que José I Bonaparte (Pepe Botella), hermano mayor de Napoleón, decidió adjudicarse la propiedad de la colección real, con lo que tan solo mandó al Louvre una pequeña muestra de obras de la escuela española. Cuando se expulsó a los franceses de España, Pepe Botella huyó con carruajes cargados de joyas y obras (unas 300).
El seguicio fue capturado en la Batalla de Vitoria por el Duque de Wellington, quien mandó las obras a Londres para ponerlas bajo custodia de su hermano. En cuanto se dio cuenta de que la colección pertenecía al repuesto rey español, Fernando VII, Wellington se ofreció a devolvérselas, pero el rey insistió en que se las quedara como pago por haber liberado a España de los franceses. Hoy en día, esas obras de primer nivel forman la Colección Wellington del museo Apsley House de Londres, donde podemos encontrar interesantes obras como El Aguador de Sevilla de Velázquez o la Oración en el huerto de Correggio.
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