Modigliani tuvo una complicada y corta existencia. Una vida llena de precariedad, desorden y excesos que alimentó su fama de pintor maldito. Pero, si dejamos a un lado las etiquetas y los mitos relacionados con su intimidad, descubrimos lo más interesante de él, esto es, ser uno de los artistas más singulares del siglo XX.
Amedeo Modigliani (Livorno, 1884- París, 1920) inventó su propio lenguaje: un expresionismo melódico basado en su esteticismo refinado y en lo que exteriorizaba de su fuerte pasión interior. Los retratos y los desnudos colmaron su obra y, en ellos, levantó los elementos característicos de su inconfundible estilo. Figuras ahusadas, rostros ovalados, cuellos alargados, bocas pequeñas y ojos almendrados, oscuros o azulados, con los que dibujó y coloreó el ánimo de quienes para él posaron.
En los desnudos logró, además, un equilibrio muy seductor a través de líneas que se modulan buscando la voluptuosidad de la forma. Esta deformación mesurada que traduce en una elegante sensualidad recuerda a la vista en Tiziano y Botticelli.
En los años más plenos de su vida, de 1915 a 1918, dio lo mejor de sí mismo. En aquel período, se trasladó a La Ruche, edificio reservado a estudios de artistas, ubicado en el barrio parisino de Montparnasse. Y, de allí, creó una auténtica galería de retratos. De amigos, pintores, poetas, marchantes,… y de las mujeres que con ellos vivían. En definitiva, de los personajes de aquel entorno, lleno de pobreza en muchos de sus rincones, pero de donde nacía la esencia artística e intelectual de París.
Y eso es precisamente lo que desprende la obra de Modigliani: un intenso aroma al París de principios del siglo XX. A pesar de establecer fuertes vínculos con artistas de los principales movimientos de la época, no sintió la necesidad de unirse a alguno de ellos, desarrollando un trabajo al margen. No obstante, el pintor italiano absorbió buena parte de las propuestas artísticas de aquel entonces. Desde Cézanne, sin duda, su máxima influencia tanto en aspectos compositivos como en la paleta cromática, hasta Toulouse- Lautrec, pasando por el primitivismo, el Picasso de la “época azul” y la “época rosa”, el Art Nouveau y el cubismo.
Aunque triunfó, después de su muerte, eso sí, como pintor, cuando llegó con veintidós años a París su sueño era otro: ser escultor. Modigliani tuvo que renunciar a ello por sus problemas de salud. Sin embargo, de 1910 a 1912, se dedicó casi exclusivamente a la escultura, fabricando efigies hieráticas y estilizadas con las que dio forma a su fascinación por el arte africano. Incluso, en 1912, expuso ocho piezas en el Salón de Otoño de París.
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