El Palacio de Velázquez en el Retiro madrileño acogerá a partir del 10 de octubre una retrospectiva de Mario Merz organizada por el Reina Sofía en colaboración con la Fondazione Merz. Se trata de una de las mejores oportunidades para conocer el denominado arte povera de la mano de uno de sus más insignes representantes.  

La historiografía del arte se refiere a menudo a Mario Merz (1925 – 2003) como un artista “comprometido” sin caer en la cuenta de que ese término es poco más que un eufemismo. Comprometido, sí, pero ¿con qué? Y es a la hora de responder a esta pregunta cuando el análisis se complica, se torna menos epidérmico, más sustancioso.  

El movimiento se demuestra andando y el compromiso, obrando. Y Mario Merz tiene una larga trayectoria de obras… desde que un día —cuenta la leyenda— decidiera convertirse en artista mientras estaba tras los barrotes de una cárcel en 1945. Merz pertenecía a un movimiento antifascista cuando su Italia empezaba a cuestionar si su deriva política y social no era más que un delirio nostálgico y devastador.

En prisión, Merz comenzó a usar toda clase de materiales que llegaban a sus manos —no estaba el panorama como para pedirle al carcelero pincel y lienzo— empezando a forjar un interés por el reciclaje artístico de objetos y materiales.

Pero no sería hasta la década de los 60 cuando Mario Merz toma conciencia definitiva de sus objetivos como artista. El capitalismo empieza a mostrar un rostro amable en el mundo occidental que lo convierte en una (casi) perfecta maquinaria maquiavélica. Derribar el statu quo impuesto por este engendro mecánico será mucho más complicado que acabar con Mussolini y los suyos.  

A mediados de los 60, empieza a incluir materiales como paraguas, papeles, placas de metal y otros materiales de desecho en sus lienzos. Nace el povera, un arte marcado por una estética antielitista que aspira a remover conciencias narcotizadas por el consumismo. Si bien esta intención es compartida por numerosos artistas y corrientes del siglo XX, el povera se singulariza a través de esa utilización de materiales reciclados buscando un arte no representativo, rechazando el cinismo del arte Pop o el ensimismamiento de las tendencias expresionistas.

Los povera tratan de volver a enraizar el arte en la tierra, devolviendo al ser humano a la naturaleza. En este contexto, Mario Merz descubre su motivo predilecto: el iglú. El «hemisferio absoluto» de Merz se erigió en su marca personal acompañándole durante buena parte de su carrera. Así mismo, y en furioso contraste con el uso de materiales orgánicos, el artista turinés incorporó el neón, dotando a sus obras de una apariencia inconfundible.

¿Y bien? ¿Es posible detectar este compromiso humanista y anticapitalista en la obra de Mario Merz? A partir del 10 de octubre en el Retiro de Madrid habrá tiempo para responder a esta y otras preguntas.