El cuerpo de la mujer ha sido una de las principales fuentes de inspiración de la cual muchos pintores han bebido. Cautivadores tanto como reivindicativos, los desnudos femeninos han coqueteado con lo consentido y lo prohibido, con lo deseado y lo repudiado, con el poder, lo divino y la libertad. Te proponemos diez piezas que ejemplifican magistralmente estos conceptos:
El Nacimiento de Venus (1484- 1486) de Sandro Botticelli
En el primer Renacimiento, Botticelli pintó a la diosa del amor de una manera refinada y armoniosa, recordando a las formas arcaicas de Praxíteles. Ajena al morbo y a convertirse en un mero objeto sexual, la Venus de Botticelli no apela a una sensualidad lujuriosa, sino que su belleza es un canto al contenido espiritual, a la sabiduría antigua trabajada por Platón.
Venus de Urbino (1536- 1538) de Tiziano
Considerado por muchos como el gran maestro de los desnudos femeninos, Tiziano optó por distanciarse del ideal neoplatónico y virginal en ocasiones como esta para recoger el lado femenino más sensual. Recostada y distinguida, su mirada atrevida se dirige al espectador invitándole a contemplar la intimidad de su cuerpo y de su habitación.
Cleopatra (1621- 1622) de Artemisia Gentileschi
Llenas de belleza dramática, del colosalismo de Miguel Ángel y de aquellos elementos estilísticos que nutrieron la escuela caravaggista, las mujeres de Artemisia reinterpretaron la presencia femenina en la pintura. Se liberaron de la concepción tradicional dada por defecto a la mujer para convertirse en heroínas dotadas de naturalidad y personalidad. Esto precisamente es lo que se percibe en el desnudo de Cleopatra que presentamos.
Las Tres Gracias (1630- 1635) de Rubens
La piel de los voluptuosos cuerpos de las tres hijas de Júpiter, Aglae, Eufrosina y Talía, se contrae y se hunde al contacto de unas con otras, evidenciando un alto conocimiento y sentimiento de disfrute por las formas femeninas. Las tres divinidades glorifican la belleza, fertilidad, creatividad y generosidad y, a través de su carnación, además, delatan las cualidades técnicas del Rubens final.
La Venus del espejo (1647- 1651) de Diego de Velázquez
Velázquez también eligió a la diosa del amor en su único desnudo femenino, inspirándose en la versión acostada de la misma. Aquí recibe un trato más natural y su rostro sólo se desvela en el espejo que sostiene Cupido. Punto en el que cita a la diosa para conocerse a sí misma y al espectador.
La maja desnuda (1795- 1800) de Francisco de Goya
Goya, sin disimulo, utiliza el erotismo para provocar al público. El pintor recoge con precisión, elegancia y sensualidad los sinuosos contornos de la dama que baña en luz destacando su palidez y piel nacarada. Aparte del diván y la modelo, no existe nada más. El artista focaliza nuestra atención impidiendo que nos distraigamos con algo más. Por primera vez se enseña el pubis femenino con vello.
La Gran Odalisca (1814) de Ingres
Ingres trae la sensualidad de Oriente al cuerpo femenino. Esta obra, uno de sus desnudos más famosos, fue encargada por la hermana de Napoleón, Caroline Murat. Expone una lujuria discreta, pues, sólo se descubre su espalda y parte de uno de sus pechos, acentuando las líneas curvas que protagonizan la composición y que se distancian de la realidad anatómica.
Olympia (1863) de Édouard Manet
Manet se fijó en la publicidad gráfica de los burdeles franceses de mitad del siglo XIX para retratar a su diosa del amor. Se trata de una prostituta que muestra su cuerpo, de vientre amarillo y ajeno al ideal clásico, orgullosa mientras espera la llegada de algún cliente, acompañada por su dama y un gato negro.
El origen del mundo (1866) de Gustave Courbet
Sin duda, esta es una de las obras más sorprendentes del maestro de realismo, Gustave Courbet, que se burla del academicismo alegórico reservado al desnudo exhibiendo con franqueza y atrevimiento los órganos sexuales de una mujer sin rostro. Una descripción casi anatómica del sexo femenino que no está sujeta al filtro de ninguna matización y en una postura que raya la pornografía.
El espíritu de los muertos vela (1892) de Paul Gauguin
En una adaptación de la Olympia de Manet, Gauguin utiliza el desnudo femenino para explorar la búsqueda del primitivismo y del nuevo arte que le había llevado a Tahití. El francés recoge el miedo de los nativos por los espíritus de la muerte, representados en la figura que mira de perfil, y lo contrapone con la despreocupada desnudez de la muchacha que no se siente indefensa pese a la posición vulnerable en la que le sitúa el pintor.
Esta es nuestra selección. Cuéntanos, ¿qué otros desnudos femeninos añadirías a la lista?
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