Según una antigua fábula de Plinio el Viejo que se remonta al siglo VII a. C, una joven muchacha de Corintio, hija del alfarero Butades de Sición, ante la inminente marcha de su amante decidió contornear, a la luz de una vela, su figura proyectada en la pared. El padre, más tarde, aplicó arcilla al dibujo, dotándolo de relieve y creando así la primera obra pictórica. Este es uno de los muchos mitos que relacionan el origen de la pintura con la proyección de la sombra o con la imagen reflejada, en el caso de Narciso. Lo cierto es que la sombra ha tenido un papel estelar en la historia de la pintura y, si analizamos su evolución, descubriremos el fascinante recorrido que ha experimentado la oscuridad.
La sombra acompaña al arte desde fechas muy tempranas. Los primeros ejemplos que encontramos datan del siglo IV a.C., asociados a escenografías teatrales y al sombreado de objetos puestos en relieve. Sin embargo, la sombra en pintura tomó realmente protagonismo en el renacimiento. Fue entonces cuando se produjo un acercamiento científico, del cual resultaría un elemento esencial ligado a los grandes logros de la época: la perspectiva y el naturalismo. No es de extrañar que Leonardo da Vinci dedicase buena parte de sus esfuerzos a estudiarla y que la situara como el segundo principio de la pintura.
Además, se empezó a utilizar con un sentido simbólico. En esta ocasión, positivo al vincularla con el tema de la Anunciación. Con lo que, el reflejo del ángel Gabriel o de la Virgen alude a la sombra de Dios y al milagro de la Encarnación. No obstante, su uso en la etapa renacentista se limitaría para evitar que se perdiera limpieza compositiva.
Todo lo contrario ocurrió con los artistas del barroco, en especial, con los tenebristas que explotaron como nadie sus posibilidades dramáticas. En las escenas religiosas, la sombra realza la presencia sagrada y su incorporación a la vida cotidiana. En autores como Rembrandt, también, ayuda a construir espacialmente la composición e insinuar la temporalidad de la escena. En otros, como Caravaggio, destaca su empleo para envolver a sus figuras en intensos significados. Esto sucede en La cena de Emaús (1601), donde la sombra sugiere un halo, pero no se trata de una aureola convencional, sino de una mancha oscura que parece recordar la traición y la crucifixión de Cristo.
Hubo que esperar al siglo XVIII para que los artistas indagaran en sus cualidades narrativas más perniciosas. Investigación que llevaron a cabo amparados en el concepto romántico de lo sublime y en la búsqueda de una estética de lo siniestro. La sombra aquí evoca el mal, la angustia y la muerte, como en el Corral de locos (1794) de Goya, donde emula el abismo al que están condenados sus dueños. En la misma línea, un siglo después, los simbolistas se siguieron interesando por reflejar lo misterioso a través de su oscuridad. La irrupción del impresionismo cambió este concepto trágico por la luz y el color. Así, Monet pintó la sombra de los árboles reflejada en el agua de un tono rojizo en Efecto de otoño en Argenteuil (1873).
A principios del siglo XX, quedó prácticamente anulada, pues, el cubismo y los movimientos abstractos intentaban prescindir de ella. Giorgio de Chirico fue el encargado de rescatarla y de darle un nuevo impulso, que influiría en gran medida en otras corrientes posteriores, al abrazar la verosimilitud naturalista y la pesadilla. Igualmente, el influjo del cine, sobre todo del expresionista alemán, introdujo sombras pseudo-cinematográficas en la pintura. Estas profundizan en una realidad enigmática que presentaba un comportamiento independiente entre la sombra y su cuerpo jugando con la identidad de la proyección y su dueño.
Pero su etapa de mayor esplendor la vivió con los surrealistas, quienes hallaron en la sombra el arma perfecta para asignar a los sueños una carga verídica aún más ensalzada que la de la propia realidad. Dalí, además, la utilizó para recomponer imágenes contradictorias basándose en su método paranoico-crítico. La sombra también sirvió de inspiración a otras corrientes de la segunda mitad del siglo XX. En particular, a movimientos como el pop art que seguían alterando su papel tradicional como vía para explorar y expresar aquellos aspectos del individuo y la sociedad que aún resultaban desconocidos.
El artículo sobre «la sombra» me ha gustado mucho. Y si me lo permite, diré también que, en Andalucía -yo soy malagueño-,a la sombra se la identifica de alguna manera con «el duende». Ese aspecto de lo creativo, sin el cual, a decir del cantaor Manuel Torres, y sobre todo del poeta Federico García Lorca, no hay arte verdadero.
Gracias.
Salvador
Muy bueno