Pocos elementos dentro de un cuadro modifican tanto sus dimensiones como lo hace un espejo. Un objeto cuya función, en apariencia, se limita a reflejar aquello que tiene delante. Pero, ¿seguro que la imagen que emite sólo es un reflejo? ¿Guardan ambos lados el mismo significado? La respuesta, en siete obras maestras.
Es cierto que el espejo permite al artista aumentar la sensación de profundidad y volumen de sus composiciones pero, también, desarrollar nuevas realidades. Gracias al reflejo el pintor puede presentar el espacio que hay al otro lado del cuadro.
Precisamente ese espacio queda al descubierto en el Retrato de los Arnolfini (1434), obra del flamenco Jan van Eyck. Quien con precisión milimétrica pintó en el espejo el reflejo de toda la habitación e incorporó dos figuras. La imagen recuerda a una unión, así que, quizás sean el sacerdote que oficia el matrimonio y el propio pintor como testigo.
En Las meninas (1656) de Velázquez hallamos otro ejemplo de este tipo. En esta ocasión, prácticamente ejecutó dos retratos en uno. Por un lado, el de grupo como tema principal y, por otro, el realizado a los reyes Felipe IV y Mariana de Austria que se dan cita en el espejo que hay situado al fondo, encima de la infanta Margarita.
Si bien hasta ahora hay que prestar mucha atención para dar con los espejos, con Édouard Manet no hace falta: lo incluyó a simple vista. Para este trabajo, su última gran obra, eligió la magia de la ciudad de los espejos, esta es, París y el interior de uno de sus lugares de diversión más emblemáticos: Folies- Bergère. Manet retrató a una camarera aparentemente ajena a lo que sucede a sus espaldas que, en realidad, es lo que pasa frente a ella. La escena es desconcertante y quien la observa acaba teniendo la sensación de convertirse en uno de sus personajes.
Volvemos a Velázquez con La Venus del espejo (1647- 1651). Metáfora de la belleza y la vanidad, también fue trabajada por Tiziano y Rubens. No obstante, el español se inspiró en la versión acostada, tratándola, eso sí, con mayor naturalidad y mostrando su rostro sólo en el espejo. Punto en el que emplaza a la diosa para conocerse a sí misma y al espectador. Aunque, si nos fijamos, tal vez sea una ilusión pues, según la posición de la joven, sería imposible que el rostro reflejado fuese el suyo.
Algo parecido ocurre en La lección de música (hacia 1662- 1665) de Johannes Vermeer, donde el espejo vuelve a ser el encargado de completar el rostro de la mujer.
¿Por qué Vermeer y Velázquez utilizan el espejo para enseñar de forma borrosa el rostro de ambas mujeres? Quizás no busquen representarlas de acuerdo a la realidad, sino a través de la imagen subjetiva que devuelve un reflejo.
Esos dos lados necesarios para que se produzca la proyección los vemos con claridad en El espejo psiqué (1876) de Berthe Morisot. Su mismo título en francés, Psyché, indica un doble significado: igualmente puede referirse a la divinidad griega, amada del dios Eros y personificación del alma, o al tipo de espejo de cuerpo entero que aquí aparece.
Por último, en El despertar de la conciencia (1853), dos amantes pasan tiempo juntos. William Holman Hunt, siempre fiel a los principios prerrafaelitas, reviste la acción con numerosos elementos simbólicos. El papel del espejo aquí es revelar la inmoralidad y expresar la inocencia mermada de la mujer.
En definitiva, podemos decir que el artista a través del espejo convierte el cuadro en una reflexión sobre su verdadero significado, sobre las leyes de la representación e, incluso, sobre el papel del espectador.
Me gusta mucho la idea que planteáis del «espejo» como nexo de unión entre varios genios de la pintura de distintas épocas y procedencia.
Felicidades por vuestro trabajo
El espejo es un muy interesante y me gusta como la habéis planteado. Tengo que probar a intentarlo a ver que consigo.