Una pieza de más de 1 metro y medio de altura, ligeramente combada y rugosa, con círculos girando alrededor de toda ella. Parece un tronco, sin copa ni hojas, que surge de un pedestal de piedra pulida y cortada a la perfección. Es Reforma de ley, obra del escultor Víctor Manuel Delgado (Burgos, 1970), y que podemos colocar en el umbral virtual de la puerta a través de la cual damos paso a su rica producción escultórica.
Exterior
La escultura siempre ha tratado de desprenderse de su etiqueta de hermana acomplejada de la pintura. Generalmente, el proceso creativo en escultura es más costoso, más largo y no siempre más satisfactorio. Un error se paga mucho más caro que un lienzo.
Durante la mayor parte de la historia del arte, el espectador solo tuvo ojos para la pintura hasta el punto de que la escultura siempre parecía fijarse en ella para lograr la aquiescencia del gran público. A la escultura le costó dejar atrás su condición manual y hacerse respetar como actividad intelectual, los pintores alcanzaron el estatus de filósofos mientras los escultores seguían siendo considerados artesanos (con algunas excepciones, claro).
El siglo XX, por suerte, despedazó el clasicismo y sus convencionalismos y obligó al espectador a mirar la escultura con otros ojos. El culto al material escultórico, las relaciones entre espacio y tiempo, entre vacío y masa, la integración con el paisaje y la naturaleza y el desarrollo de la abstracción fueron los puntos clave de la revolución escultórica del pasado siglo cuyos efectos todavía se perciben en la actualidad. En esta revolución escultórica se funda el trabajo de Víctor Manuel Delgado.
Observando algunas de sus obras para exterior, como Brote de Almendro, no creemos ya que ningún espectador ponga el grito en el cielo. La abstracción está plenamente aceptada. La referencia a lo figurativo en esta obra es evidente pero el valor de la misma no está, por supuesto, en la mimesis, sino en las calidades táctiles y en las sensaciones que despierta la combinación de materiales, el acero corten, el acero inoxidable y la piedra natural.
En otros casos, Delgado usa exclusivamente el acero corten como en Raíces, donde apreciamos la influencia de Chillida, referencia fundamental en la obra del escultor burgalés. Efectivamente, Delgado enfoca muchas de sus obras, sobre todo las de exterior, con ese carácter totémico del artista vasco.
Mientras en Trazo, Delgado apuesta por el minimalismo, por el equívoco entre la gravedad del material elegido y su forma esbelta, casi titilante, en La Unidad aporta una mayor dosis de originalidad con un interesante sentido simbólico, pieza, por cierto, ejecutada junto a Marta Vallejo.
Interior
En las piezas de formato más pequeño, el artista burgalés mantiene en algunos casos la línea de sus obras más grandes, como puede ser Trigo (bastante cercana a la mencionada Trazo) o Rebrote que se relaciona con su serie Almendros.
Pero Delgado también experimenta con la relación entre masa y espacio. Recoge el guante lanzado por Oteiza, entre otros, para generar esculturas de gran fluidez como Síntesis del espacio u Origen.
La abstracción permitió al arte independizarse de la mímesis, pero nunca se ha olvidado del ser humano. Menos piel pulida, menos tirabuzones en el pelo y más alma, eso es lo que trabajó buena parte de la escultura de vanguardia y que Delgado también desarrolla. Latido es un buen ejemplo de esta tendencia, obra que además aporta un innegable valor estético.
Y abundando en esta tendencia más estética, Víctor Manuel Delgado introduce diferentes materiales para generar esculturas muy potentes a pesar de su pequeño formato como La Renegá o Érase una vez.
Murales
Finalmente también queremos detenernos en sus piezas murales, ricas en texturas y sabores. De nuevo, Delgado enfoca sus esfuerzos a la mixtura material para producir impactos estéticos en el espectador, siempre partiendo de la sobriedad y la economía de medios. Nacimiento de vida, Sus botones o Mi segunda patria tienen ese aire ancestral que conecta nuestra sensibilidad con un tiempo remoto.
Cercanos ya a la pintura, estos murales de Delgado se nutren, no obstante, de «la cultura de los materiales» como diría el constructivista Tatlin, de una experiencia del objeto físico que traza un nexo con nuestro inconsciente estético. O dicho de otra forma: mirar, tocar y sentir.
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