«El arte no requiere de entendimiento, sino de espíritu, de alma; el arte se debe interpretar emocionalmente, no intelectualmente, porque el momento de empatía emocional surge en la oscuridad intelectual». Son palabras de Tarkovski, que insistía: «la gente que no tiene cultura está mucho más dispuesta a interpretar espiritualmente el arte, porque carece de pretensiones, porque alguien que es culto está lleno de pretensiones».
El arte actual, y probablemente el de cualquier época, está asfixiado por las pretensiones, los ambages y los gin-tonics. Pocas personan sienten el arte, sino que piensan el arte mientras se rodean de él como un atrezzo más de su identidad social: la bufanda, la exposición y el vegano de la esquina.
Por eso el arte, el nuestro, necesita a más tipos como Saúl Gil Corona, el artista que se duerme como Prometeo, exhausto, y se despierta con los brazos pletóricos de Atlas, sosteniendo su mundo, que volverá a ser devorado antes de que se esconda la luna.
Su alma es fuego
El artista maduro no necesita estar revuelto para crear. El artista «perro viejo» no debe esperar a ser devorado para facturar obras que devoren al espectador; tiene que ser capaz de mantener una suficiente distancia emocional con respecto a sus ángeles y demonios para encauzar una trayectoria artística. Todo esto es lo que dice el manual. Pero la realidad es que se crea mejor embestido, filtrando la sangre fresca como tono principal de la obra.
Saúl Gil Corona es un púgil que «Hace para no dejarse enredar por los pensamientos». Su alma flamea en obras que golpean con fuerza al espectador. En No habrá paz para los sueños, de título lapidario, un hombre desnudo ocupa casi toda la superficie de la tabla. Su grito furioso retumba hasta casi hacer temblar el gin-tonic del espectador. Sus desproporcionados puños, apretados, amenazan al cielo, porque los sueños, en nuestros sueños, no se pueden detener…
Gil Corona disfruta con estos tipos humanos exuberantes, inmensos, que son capaces de amenazar a los dioses, pero también de amar a sus mujeres. Tal vez son una suerte de autorretrato, de una proyección del artista que no esconde nada, mostrando incluso el interior de su cuerpo, conformado en ocasiones por material reciclado: latas, cadenas, tornillos… El resultado estético de esta técnica mixta es de una desmedida potencia que, como una maza en el corazón del espectador, bombea sangre que enciende sus alarmas.
El abrazo del púgil
La trayectoria expresiva de Gil Corona partió de la música en su primera juventud, para continuar con las letras y desembocar en el arte plástico. Es precisamente esta necesidad de expresión la que hace temblar al autor catalán y le empuja a abrazarse a sus canciones, a sus poemas y a sus lienzos. Busca calor y lo encuentra, como lo encuentran también los personajes de uno de sus motivos más habituales: el abrazo.
Nuestro amigo el forzudo es el protagonista de la mayoría de estos cuadros en los que el autor disfruta combinando chatarra reciclada con versos de su producción. Sus abrazos pueden tener un punto de erotismo, pero la sensación de ternura es la que domina como en Manos grandes para proteger, nunca para dañar o en Soul Me Tight II. Gil Corona aprovecha esta veta artística para otros motivos como la curiosa La Ciega Espartana, de aire solemne.
Nacido en 1980, Gil Corona se encuentra en una fase ascendente de su trayectoria artística, asentando motivos, dejando atrás algunos experimentos y anunciando nuevas soluciones. Así, algunas obras como Manéjame la cabeza impactan por su expresionismo caligráfico y otras como La sangre del sueño hechizan como una melodía siniestra.
Gil Corona no piensa quedarse tirado en la lona, el púgil de Mollet del Vallés seguirá gritando lienzos y poemas, mientras el alma arda, mientras queden sueños, mientras un espectador se abandone a sentir dejando su pretensión en la barra de los canapés.
Os invitamos a visitar la galería de Saúl Gil Corona en Artelista.
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