«Si se permite que la fotografía supla al arte en algunas de sus funciones, pronto lo habrá suplantado o corrompido por completo gracias a la alianza natural que encontrará en la estupidez de la multitud». Charles Baudelaire fue un insigne moderno, un hipster del siglo XIX, siempre un paso por delante de la ‘estúpida multitud’. Pero cuando te pasas la vida abriendo camino, tienes más posibilidades de tropezar.
Baudelaire escribió amargos textos en los que denunciaba a la fotografía como un demonio del progreso que había llegado al mundo para acabar con la poesía y la pintura, con la belleza del arte. Se pegó un buen tortazo. La irrupción de la fotografía despertó a la pintura, la liberó del tedio de representar la realidad y le abrió nuevos caminos. Sin fotografía, no hubiésemos tenido vanguardias. Los pintores más lúcidos abrazaron el daguerrotipo como herramienta e influencia: «la fotografía representa, la pintura pinta; dejemos a la fotografía hacer el trabajo sucio, volvamos al arte».
El color y la forma
Elena Márquez Bonny (1974, Las Palmas de Gran Canaria) se ríe de los Baudelaire de este mundo a través de una obra en la que se establecen claros nexos entre la fotografía y la pintura, una tendencia cada vez más popular en el arte del siglo XXI.
En Bosque, un chico camina decidido entre los árboles, se dirige hacia la luz. Detectamos con facilidad el enfoque fotográfico pero nos sentimos persuadidos por el color y la forma. Y es que la pintura no es ni más (ni menos) que eso, un juego entre la forma y el color. Como muchos de los grandes de la pintura contemporánea, Márquez Bonny ha entendido que esos dos elementos son el fundamento de la pintura, el camino más corto y certero para transmitir emociones e ideas al espectador.
Las texturas, la rugosidad de la materia pictórica, el juego de transparencias y el simbolismo del color son los protagonistas del grueso de la obra de la artista canaria. Si en Bosque el espectador sigue al caminante atraído por los tonos amarillos y verdes que despiertan nuestro deseo, en Canoas o Amanece los tonos fríos nos obligan a recogernos y mirar con distancia la escena.
Una foto, un cuadro, una historia
Otro aspecto que la obra de Márquez Bonny comparte con la fotografía es su capacidad para contar historias, para presentar una escena y narrar un pasado y un porvenir. Lo vemos también en Amanece. Tenemos dos personas y un perro. La mujer, en primer plano, observa encogida al chico con el perro, al fondo. Si en Bosque se crea una ilusión de movimiento en Amanece, tanto los colores como la posición y actitud de las figuras nos transmiten una gélida quietud: « ¿quiénes son?, ¿qué relación tienen?, ¿qué pasará después?».
Fijémonos ahora en Sombras, otro cuadro de gran formato, el preferido de la artista para permitir al espectador una sumersión más efectiva. De nuevo de espaldas, otro personaje que camina entre sombras. Pero Márquez Bonny cambia los colores y la actitud de caminante. Aquí no hay prisa, la figura pasea y los tonos rosados eléctricos irradian una sensación crepuscular.
El tránsito entre la fotografía y la pintura
Licenciada en Bellas Artes por la Universidad de Barcelona en el año 2000, Elena Márquez Bonny dejó aparcado su arte para dar clases en diversos institutos de secundaria en su ciudad natal. Pero a partir de 2015, retoma con entusiasmo su actividad artística y en marzo de este mismo año realiza su primera exposición individual en El Club La Provincia bajo el título ‘Tránsito’.
Tránsito como recorrido o comunicación, en este caso, porque algunas de sus figuras caminan, pero también por el trasvase creativo que realiza entre sus fotografías y sus lienzos. Márquez Bonny confiesa su método: parte de instantáneas propias que retoca digitalmente. La base está ahí, pero la clave de su obra está en la libre interpretación del color, alejado de la representación fiel. El color como transmisor de emociones altera la interpretación de sus obras. De hecho, la pintora canaria señala también que en algunos casos parte de fotografías en blanco y negro para que el color real no mediatice su paso al lienzo.
Todo ello lo apreciamos en obras como Pareja, en el que los tonos amarillos y anaranjados irradian un calor casi cegador. En Alrededor del árbol, de nuevo se nos sugiere una historia, una amistad, un juego. Y en Niña, Márquez Bonny opta por una solución más ortodoxa, con el peso significativo de la obra en el rostro reconcentrado de la figura de la niña.
La fotografía no suplantó al arte, como temió el hipster del Spleen. Al contrario, lo salvó. La obra de Márquez Bonny es un nuevo capítulo de esta fructífera unión entre dos formas de repensar la realidad.
Visita la galería de Elena Márquez Bonny aquí.
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