Josefa de Ayala Figueira nació en Sevilla en 1630, pero no tardaría en dejar la ciudad andaluza para volver a Portugal, de donde procedía su padre. Baltasar Gómez Figueira se fue a Sevilla con la intención de progresar en su carrera militar. No hay que olvidar que desde 1580 y hasta 1640, Portugal formaría parte de la Monarquía Hispánica. Baltasar no tuvo suerte en el ejército, pero conoció a su futura mujer, Catalina de Ayala Camacho, pariente del pintor Bernabé de Ayala que introdujo a Baltasar en el ambiente del Barroco pictórico español, circunstancia que sería clave en la carrera de su primogénita: Josefa.
La biografía de los primeros años de Josefa de Ayala es ambigua. Algunas fuentes aseguran que Josefa volvió con sus padres a Óbidos —la pequeña localidad al norte de Lisboa de la que era natural Baltasar y de la que Josefa tomaría a posteriori su nombre artístico— entre cuatro y seis años después de nacer. ¿Las causas? El principio del fin de la alianza hispano-portuguesa. Pero otras fuentes señalan que Josefa no volvió con sus padres inmediatamente, sino que se quedó en España varios años más aprendiendo el oficio de la pintura junto a Francisco de Herrera el Viejo, padrino de la pequeña y pintor y grabador de prestigio en Sevilla.
A buen seguro de que Josefa se empapó en el efervescente ambiente artístico sevillano de la primera mitad del XVI de las diferentes corrientes que triunfaban en la pintura, produciéndose una transición entre el manierismo y el barroco de corte tenebrista que tanto éxito tendría en España de la mano de pintores como Zurbarán. Pero Josefa pronto empezó a desarrollar un estilo propio, si bien plenamente barroco, marcado por una dulcificación de las escenas religiosas en contraposición con la mayor vehemencia de las tendencias caravaggistas, y un gusto por el retrato de niños y ángeles.
No obstante, antes de que pudiera asentar su carrera artística, volvió a Óbidos a la edad de 14 años para entrar en un convento en el que siguió manteniendo contacto con el arte. Finalmente, a la edad de 23 años deja el convento y retoma la pintura de forma profesional al lado de su padre. Con 31 años, y a través del consentimiento paterno, es declarada «doncella emancipada«, una figura de valor jurídico que permitía a las mujeres trabajar sin la supervisión de un hombre.
¿Fueron sus padres los que permitieron que la creatividad e independencia de su hija se desarrollara sin limitaciones o esta emancipación se debió a una cuestión estrictamente económica? Sea como fuere, Josefa pudo volcarse enteramente en su carrera profesional hasta el final de sus días. Durante más de dos décadas se convirtió en una figura de primer orden en el Barroco portugués.
Uno de los géneros en los que más se reconoce su talento es en el bodegón, importado de su etapa sevillana. A la muerte de su padre, ocurrida en 1674, Josefa rechaza continuar con su taller. Su independencia es total: dueña de su arte y de su trabajo, y consciente de su talento comienza a trabajar con diversos clientes de todo el país, asumiendo encargos más ambiciosos que en la etapa en la que colaboraba con su padre.
Según Joaquim Caetano, comisario de la exposición en torno a la figura de Josefa de Óbidos que se desarrolló hace unos años en el Museo de Arte Antiguo de Lisboa, el estilo de la artista «no tiene que ver con una una estética femenina, sino con una visión diferente del arte y de la vida que entronca con el misticismo de Teresa de Ávila«, figura que fue toda una referencia para Josefa y a la que retrató en diversas ocasiones.
Josefa de Óbidos murió a los 54 años en la cúspide de su carrera. Aunque la trascendencia de su obra ha sido valorada de forma desigual, en la actualidad se la considera una artista fundamental del Barroco portugués. Solo un dato para ilustrar este hecho: el año pasado, su Niño Jesús peregrino alcanzó la cifra de 110.000 euros en una subasta… partiendo de solo 15.000.
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