La descripción de la felicidad para Rousseau era contemplar la naturaleza y pintar lo que veía en ella. Amparado en la inocencia de esta idea expuso en el Salon des Indépendants en 1886, abriendo así la puerta del reconocimiento al arte naíf.
Pintores amateurs hubo siempre, pero ¿por qué triunfaron los artistas ingenuos en los primeros años del siglo XX?. Se dieron dos circunstancias que crearon el contexto idóneo.
Cuando al arte naíf se le concedió importancia, los artistas de vanguardia fecundaban la aspiración de encontrar un estado de pureza y un lenguaje virgen. Buscaban desesperadamente romper con las formas artísticas existentes y quedarse al margen de la tradición contaminada del arte oficial, de las estéticas ideológicas.
En segundo lugar, las corporaciones y los talleres de pintor dieron paso al período de los artistas individuales. Se frenaba así la formación de quienes tenían pocos medios económicos y se multiplicaron los pintores amateurs. Aquellos que, al tiempo que desempeñaban su profesión cotidiana, dedicaban las horas libres a la pintura y a su aprendizaje autodidacta. Desarrollaron, pues, un estilo pictórico ingenuo, espontáneo, sin atender academicismos.
A Henri Rousseau (Laval, 1844- París, 1910) se le conocía como El Aduanero, oficio que ejerció hasta su jubilación. A partir de ahí fue cuando se dedicó por completo a la pintura. Y el oasis de paz viva y serena que Henri encontró por gracia espontánea, Paul Gauguin fue a buscarlo erróneamente a las islas Marquesas.
Esta conexión fue la que llenó de éxito el cándido mundo de Rousseau. Un nítido, esmaltado y sereno universo que impregnaba a sus lienzos un toque mágico, una visión de frescura, de libertad espiritual. Representaba la evasión a una fábula humana, sin tensiones, sin monstruos y sin violencias. Los verdes paraísos infantiles de Charles Baudelaire se habían convertido en el nuevo refugio.
Con Velada en Carnaval (1886), Rousseau se presentó en París formalmente a sus coetáneos arropado por la Société des Artistes Indépendants. El estilo de sus creaciones fue valorado poco a poco por los artistas del momento. De hecho, fueron sus contemporáneos, en la lucha contra toda forma tradicional y académica, quienes le convirtieron en el símbolo de su causa.
La poética de la evasión estaba en marcha y todo lo que le concediese herramientas al artista moderno para alejarse de las normas sería tomado en consideración. Junto con las otras corrientes basadas en el arte primitivo, el infantilismo gustó a los vanguardistas.
Pretendían dirigir la atención del arte a las sugestiones de los mitos elementales portadores de pureza y alejarse de la denostada sociedad burguesa. Pero, también, querían acaparar formas que desobedeciesen las dimensiones figurativas concertadas y hallaron en el arte naíf una fuente de inspiración. En La gitana dormida (1897) ya se puede ver una escena onírica de forma cubista e imagen propia del surrealismo. Incluso a Kandinsky se le antojó que Rousseau ya realizaba, en cierta manera, un tipo de realismo análogo al abstraccionismo puro.
La pintura naíf se presentaba ingenua y sincera, basada en un dibujo infantil. Sus formas figurativas eran libres, sueltas, siguiendo una fantasía sin prejuicios. ¿Se puede encontrar, entonces, en la corriente naíf la concepción más desinteresada, más pura del arte?, ¿podemos considerar como su finalidad última crear simplemente arte?.
Trackbacks / Pingbacks