El valor y la calidad artística de las xilografías del grabador e ilustrador francés Gustave Doré (Estrasburgo, 1832- París, 1883) lo convierten en uno de los más prolíficos e influyentes dibujantes de la segunda mitad del siglo XX.
Nacido en Estrasburgo, la capital del valle medio del Rin, Doré se convierte desde los quince años en un precoz ilustrador, labor que desarrollará con destreza y gran fecundidad hasta que al cumplir los 51 años haya de sobrevenirle una repentina angina de pecho que ponga fin a sus días. Entre tanto, ha de tener tiempo para ilustrar algunas de las mejores y más reconocidas obras literarias de todos los tiempos. Sus más de noventa libros ilustrados, con una media de más de 300 dibujos en cada uno de ellos, pueden dar fe del nivel de dedicación del artista en su desempeño como grabador.
Entre sus principales trabajos ilustrados destacan las Obras de Rabelais, los Cuentos droláticos de Balzac, El Infierno de Dante, así como obras literarias de Poe, Shakespeare, incluso ilustraciones para los pasajes de la Biblia. El exuberante imaginario de Gustave Doré lo convertirá en una gran influencia para numerosos pintores románticos. Algunos de los más importantes representantes de estos últimos obtienen, y así lo reconocen abiertamente, inspiración en el ilustrador para desarrollar las plasmaciones de sus mundos oníricos.
La originalidad de sus dibujos llevará a la publicación londinense Art Journal, uno de los principales magazines sobre arte durante la época victoriana, a considerarlo un «fantasioso más que un ilustrador». La influencia de sus innovaciones técnicas en el dibujo y el marcado carácter ilusorio, cruel y comprensivo al mismo tiempo, dentro de sus plasmaciones, llega incluso a nuestros días en la corriente del cómic o en directores de cine contemporáneos como Terry Guilliam.
Especial mención merecen, entre los dibujos de Gustave Doré, los dedicados a la ilustración de la obra cumbre de la literatura en español, El Quijote. En la década de 1860, y tras un periplo por la geografía peninsular, Doré ilustró una edición francesa de nuestra obra más universal. La publicación se compone de 370 dibujos, la mayor parte de ellos en gran formato, y constituye una de las más valiosas traducciones a imágenes de la novela de Cervantes. Doré sabe, como pocos, enredando la fantasía con lo cotidiano al más puro estilo quijotesco, plasmar el alma de esta inmortal pieza literaria.
El ilustrador muestra un particular interés por la belleza de los paisajes evocados, con lunas y cielos embaucadores, llenos de claroscuros que envuelven la vida en un halo de misterio. Recordemos que Gustave Doré es considerado como uno de los grandes maestros de la técnica del grabado a buril, o del huecograbado. En ella el dibujo se realiza sobre una plancha de metal excavando líneas con ayuda de, como su nombre indica, un buril o una especie de punzón con el que se va tallando la imagen invertida para luego positivarla en las estampaciones. La destreza del artista en este sentido es palpable en la sutileza de las líneas y los contornos de sus dibujos.
Como decimos, la ilustración de El Quijote de manos de Doré, donde se refleja el idealismo del artista, permiten a éste tomarse ciertas licencias. Recordemos que los molinos representados no tienen la forma características de los molinos de La Mancha sino que parecen más bien franceses o ingleses. Y aun así la historia de sus imágenes no se aparta un ápice de la esencia melancólicamente demente de la obra.
Sin duda, el hecho de que el artista centrase sus esfuerzos en representar gráficamente obras universalmente conocidas ha favorecido su conservación y, como consecuencia, que podamos ser capaces de seguir disfrutándolas. Los dibujos de Doré se ajustan a la esencia de El Quijote de una manera tan fiel que conforman una pareja artística de un valor encomiable, digna de difusión y conocimiento.
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