Goethe ilustró una de sus obras, Contribuciones a la óptica (1791), con el dibujo de un ojo rodeado de nubes, cercado por un arco iris y receptor de algunos rayos. El ojo ocupa el lugar del sol en un amanecer y, en primer plano, sitúa dos instrumentos que sirven para el análisis óptico: una lupa y un prisma. Quizás, este paisaje alegórico fuera un autorretrato de su ojo, propio de un meticuloso observador.
Johann Wolfgang von Goethe (Frankfurt am Main, 1749- Weimar, 1832), poeta, novelista, dramaturgo, científico y, también, pintor, comenzó a estudiar la naturaleza y la percepción de los colores hacia 1790. Veinte años después, publicó su aportación más importante al mundo del arte y de la que más orgulloso se sintió: Teoría de los colores (1810). Un texto imprescindible para entender la revolución que vivió el fenómeno lumínico a principios del siglo XIX. Sus páginas contienen algunas de las primeras y más precisas definiciones de comportamientos de la luz como sombras coloreadas, refracción o acromatismo.
Su planteamiento rechazó los enunciados de Newton sobre el color por estimarlos demasiado mecanicistas. Goethe proponía explicar la experiencia del color mediante una unión necesaria entre factores subjetivos y objetivos. Esto supone que el proceso de percepción involucra no sólo al objeto que es percibido, sino también al individuo que interpreta lo que ve.
De la misma manera, desafió la idea que había concebida sobre el origen del color. Goethe no creía que los colores fueran resultado de la descomposición de un haz de luz blanca a través de un prisma. Él postuló que el color nace en la polaridad entre luz y oscuridad, y no sólo en la primera. Ya que sólo de la combinación de ambos surge el tercer factor que llamó turbiedad, donde asociaba que tenía lugar la manifestación cromática.
No obstante, consideró útiles otras teorías que ya atendían a estas tensiones entre luces y sombras, como las de Aristóteles o Leonardo da Vinci. De este último, especialmente, sus nociones acerca de la percepción del color atmosférico. Goethe descubría, además, los colores originados en distintas circunstancias atmosféricas: en los días de niebla, en amaneceres u ocasos, el azul del cielo más añil en las cumbres que en los valles influenciado por la relación entre el vaho ambiental y la luz diurna o las particularidades del humo que sobre fondo oscuro se antoja rojizo y sobre claro, cerúleo.
En sus círculos de colores complementarios reveló una luz nueva, otro tipo de color, donde el negro ya era algo más que ausencia de luz, e hizo que cada color se enfrentara justamente con su contrario.
Por último, su razonamiento sensitivo ante la luz le empujó a vincular el color con la emotividad. Hablamos de esas sensaciones cromáticas que tanta repercusión tuvieron para los románticos. Por ejemplo, para el genial William Turner y que aún tienen trascendencia en el arte contemporáneo.
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