En pleno romanticismo, el alemán Friedrich revolucionó el género del paisaje con una propuesta que supeditaba la representación objetiva y fiel de los elementos de la naturaleza a lograr un reflejo subjetivo del artista. Así, el agua, los árboles o los peñascos debían exteriorizar, también, el alma del pintor.
Hombre de su tiempo, Caspar David Friedrich (Greifswald, 1774, Dresde, 1840) fue uno de los máximos exponentes del romanticismo y, en este sentido, uno de los artistas que mejor trabajó la estética de lo sublime planteada por Burke. Para ello, desarrolló su propio lenguaje simbólico que respondía a su principal interés: una profunda religiosidad panteística. De ahí, la función fundamental de la naturaleza en su obra. Se trataba de sustituir la iconografía habitual por el paisaje y convertirlo en una vivencia intelectual y espiritual más que sensorial.
De esta manera, sus paisajes, silenciosos y de una honda quietud, se mueven entre el realismo y la abstracción utilizando la objetividad de la naturaleza como mediadora para un ejercicio interior. Experiencia que consiguió desplegando en su obra elementos con un alto contenido místico y alegórico.
Por ejemplo, la geometría, de la cual era un gran aficionado y que usaba conscientemente como espejo de la visión interior del artista. Igual ocurría con la simetría, de la que aprovechaba las cualidades introspectivas que ofrecía. Para fomentar esa profundidad espiritual, Friedrich optaba por trabajar con el formato vertical, poco usado en este género y que daba a la composición un sentido de exaltación. La difuminación de los contornos y el degradado de los colores provocados por la perspectiva atmosférica terminan de afirmar esa profundidad. Por otra parte, lo tonos oscuros y la luz son filtrados por una neblina que potencia ese lado misterioso e incierto tan pretendido por la estética de lo sublime.
Otro de sus elementos fundamentales son los personajes. Normalmente, figuras calladas y de espaldas que contemplan la inmensidad del espacio natural y que el alemán reduce a lo esencial. Ofrece así dos lecturas. Primero, la pequeñez del hombre y la infinitud de la naturaleza, reflejo de Dios, que se funden en armonía. Y una segunda lectura que evoca el estado primitivo y enigmático del entorno natural, mientras que las figuras, en su inquietud mística, expresan el anhelo romántico de abarcar el universo.
El papel contemplativo de estos personajes nos invita a adoptar una actitud similar, con lo que el paisaje abandona sus cualidades objetivas para trascender a un estado superior. Friedrich introduce al espectador en una nueva dimensión paisajística invitándole a contemplar en silencio la grandiosidad del paisaje, a detenerse un momento y meditar.
Interesante síntesis del ideal romántico en la obra de Caspar C. Friedrich.
De hecho Adriana, de qué sirve el arte, sino es para ir más allá y trascender la idea y la forma. Las personas que vemos a diario por la calle, en el metro o el autobús; los paisajes que contemplamos. Todo aquello que sentimos, amamos u odiamos, es susceptible de ser transformado y, así debe ser. Como pintor lo digo.
Gracias Adriana por el artículo, interesante como casi siempre. Un abrazo de
Salvador