La ciudad es un muralla impenetrable, aterida y sórdida detrás de sus contornos. La ciudad es una obra infranqueable, como el choque de luces incesante de los días. Un encontronazo constante de residuos triturados, compactos, saneados y listos para poner en órbita o plasmar en tela. Hay quien creyendo empezar a dominarlo tropieza con su despedida.
Y se amontonan yertos contra la muralla. Y nunca la llegan a cruzar. Contra la muralla de la ciudad eclosionan, deliran y más tarde declinan los soldados, los artistas. Y a sus pies disciplinan mundos recreando orígenes de formas desvestidas. Sólo la muralla delimita su fin. Y el origen lo regenta en su aseo otra mujer desnuda. Después tan sólo continúa, para bien o para mal, resuelto o sin revolver, como diatribas olvidadas de los óleos contra la muralla.
Viene esta sospecha a cuento porque reconozco esa muralla de la ciudad en las obras de Florez de Uria, podría incluso precisar de qué ciudad se trata. Sus trazos, inequívocamente castizos, contienen el espíritu arquitectónico de lugares que yo también he transitado. Y a fe de que ha sabido y sabe capturarlos. Sin ir más lejos, mis paseos han desembocado más de una vez en plazas muy parecidas a la que se atisba en su obra Desnivel. Ciertas tardes me he encontrado con amigos en un parque parecido a Incertidumbre. Concreta calle que siempre eludo, con olor a brea y asfalto, serpentea del mismo modo que lo hacen los colores en Vértigo. También he escapado alguna vez, por qué no confesarlo, sin dejar propina en El laberinto de Carlota.
En la abstracción de Florez de Uria se han fragmentado realidades, se han remarcado líneas en otro sentido al que debían. La transición se descoyunta por completo en sus ritmos narrativos. No, no está perdida, sabemos cuál es la historia. Se ha derribado la muralla y, en cambio, la muralla sigue. Y sigue con su atmósfera geométrica de desequilibrios, al dictado de la incorruptible ley de los matices, perfila, difumina, rectifica y añade. Un paso atrás. Otro punto de fuga. Otra perspectiva. Queda una misión por cumplir, la de un soldado o la de un artista. Y queda nuestro paseo que siempre acaba en dudas. Y un gato de otoño, y otro gato con guitarra, éste para el invierno. Cuando amanezca por San Vicente en cualquier descuido, Remedios seguirá esperando su destino. El purgatorio azul. Y de este lado, arrogante, inexpugnable, caprichosa y castiza seguirá la muralla de la ciudad coleccionando intentos entre los cuadros de Florez de Uría.
Nacido en Madrid en 1960, Florez de Uria es uno de los grandes exponentes del expresionismo abstracto actual en nuestro país. Su estilo, definido por la crítica como una mezcla del expresionismo más feroz junto con una sutil melancolía, lo convierten en un pintor de personalidad patente en cada una de sus obras. Lo que sus formas y colores evocan es un deleite para cualquier observador dispuesto a interpretar. Algunas de sus piezas han sido expuestas en distintas galerías internacionales y nacionales, como Sky Arts en Barcelona o la Galería Eka & Moor de Madrid. Su dilatada y firme trayectoria en el mundo de la pintura lo sitúa entre uno de los artistas más valorados en el panorama presente del mercado de Arte Contemporáneo.
¡Conoce más sobre sobre Florez de Uria y su obra aquí!
Trackbacks / Pingbacks