La originalidad es una de las características que marcan la obra del artista de origen suizo Félix Vallotton. Sus alrededor de 1.700 óleos, 250 grabados y un sinfín de ilustraciones conforman un trabajo imposible de etiquetar bajo una única premisa, más allá del idealismo y la pureza de la línea y el color.
Félix Vallotton (Lausana, 1865 – París, 1925) nació en la ciudad suiza de Lausana, instalándose a los dieciséis años en París, lugar donde desarrolló su carrera artística. Se unió al grupo de pintores postimpresionistas de los Nabis, quienes a finales del siglo XIX apostaban por el dominio del color y su liberación de degradaciones y sombras para disfrutar de toda su autenticidad.
Creó una pintura en la que la delicadeza con la que deforma la materia, en especial el cuerpo humano, destacando la expresividad de sus miradas y la sutileza de sus manos, marca el ritmo de la composición. Estas suelen ser paisajes y escenas burguesas y domésticas cargadas de tensión y melancolía que revelan una reflexión estética, social y política del pintor. Y que, en la mayoría de los casos, han sido concebidas atendiendo a referencias primitivas, perspectivas planas y a su mirada fotográfica, interesada en lo espontáneo y natural.
Pero Félix Vallotton no sólo interpretó la vida de sus contemporáneos, como decimos, poseía una gran inquietud artística que, por ejemplo, le llevó a experimentar la violencia trágica del negro en sus grabados, los cuales le dieron una enorme popularidad entre 1891 y 1901. Igualmente, sucede con el frío erotismo de sus desnudos, sus abruptos bodegones o sus mitologías modernas que ahondan en las complejas relaciones personales. Sus últimos lienzos albergaron más oscuridad, llegando a retratar con sus pinceles los horrores de la Gran Guerra.
En 1899 se casó con Gabrielle Rodrigues- Henriques, una joven viuda con tres hijos. Su riqueza le proporcionó el acomodo financiero que le había faltado en años anteriores, dejando atrás los ambientes bohemios de París para frecuentar los de la alta burguesía, la cual siempre había reprobado en su pintura. Su pincelada también cambió. Se volvió aún más suave, luminosa y delicada, aunque siempre conservó el halo melancólico y de profunda meditación que ponen firma a sus piezas.
Un trabajo lleno de emoción y creatividad que, sin duda, vivió sus mejores años entre 1895 y 1912, justamente los anteriores y posteriores a su matrimonio, siendo estos los más productivos, exitosos y, también, los más agitados de su contradictoria vida.
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