Muchos de los artistas europeos de la segunda mitad del XIX hallaron una nueva inspiración en las estampas japonesas. Estas litografías proponían desconocidos conceptos compositivos y sus dibujos acudían a la imaginación para resolver escenas de una vida hedonista.
Fue hacia 1850 cuando surgió el descubrimiento. Por esa fecha, Japón restringía su aislamiento y reanudaba las relaciones comerciales con Occidente. Esto permitió que, tras siglos de ignorancia mutua, se produjera un intercambio cultural sin precedentes, abriéndose un universo de ideas y formas inéditas para ambas partes. Que no dudaron en explorar los creadores europeos. El japonismo daba comienzo y los grabados serían su máximo exponente.
Las estampas japonesas, ukiyo-e, afloraron en el siglo XVII alrededor de los gustos epicúreos que pretendía la emergente burguesía. Y que encontraban en las ciudades de Edo (actual Tokio), Osaka y Kioto, lugares que satisfacían esos placeres terrenales, en particular, burdeles, casas de té o teatros de kabuki.
A esto alude la definición de ukiyo: “mundo efímero o mundo flotante”. Imaginario que recogen los ukiyo-e, creando instantáneas de la cultura metropolitana y de sus protagonistas. Y entre los que destacan los actores de teatro y las cortesanas. Quienes ocuparon la mayor parte de la producción de estas imágenes, además de retratos de “mujeres bellas”, sumos, así como estudios de la naturaleza, leyendas históricas, escenas de guerra o vistas de lugares famosos de Japón.
Las obras de tres artistas tuvieron un fuerte impacto en los pintores europeos, convirtiéndose en verdaderos embajadores de la estampa nipona. Uno de ellos fue el paisajista y autor de una de las colecciones más influyentes de la serie Treinta y seis vistas del monte Fuji, Katsushika Hokusai (Edo, 1760- 1849). Otro, Utagawa Kunisada (Edo, 1786- 1865), el creador más popular de retratos de actores de kabuki y bellezas femeninas. Y, por último, no puede faltar la mención del gran maestro de paisajes Utagawa Hiroshige (Edo, 1797- 1858), de quien Vincent van Gogh interpretó más de una obra, al igual que de Kokusai.
Pero no sólo el genio holandés. Las Exposiciones Universales de Londres (1862) y París (1867, 1878, 1889) contribuyeron a que el arte japonés se difundiera por Europa. Las estampas entusiasmaron a numerosos pintores y movimientos, en especial, a los impresionistas de la capital francesa. Como Camille Pissarro, Edgar Degas, Paul Gauguin, Édouard Manet, Claude Monet y Henri de Toulouse- Lautrec.
Los ukiyo-e planteaban opciones muy diferentes. Los artistas japoneses sorprendían con puntos de vista altos, zonas vacías llenadas con colores brillantes o figuras recortadas. Igualmente, realizaban series de un mismo paisaje atendiendo a diversas perspectivas, condiciones climáticas o según las estaciones del año. Se preocupaban por conseguir distintos efectos y capturar el instante. Lo que, más tarde, buscarían los impresionistas.
En general, las estampas japonesas funcionaron como un medio de difusión de la vida burguesa. No obstante, también, fueron una expresión artística de gran valor, situándose como una alternativa para aquellos que no podían adquirir piezas de las escuelas de pintura tradicionales.
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