El año pasado se hizo público que las autoridades alemanas habían descubierto un piso en Múnich con 1.280 cuadros, de los cuales 500 habrían sido robados por los nazis. Lienzos de Matisse, Picasso, Chagall o Dix, entre otros. Su propietario era hijo de Hildebrand Gurlitt, marchante autorizado por el régimen de Hitler para hacer negocios con el repudiado arte de vanguardia.
También, por la misma fecha, la Asociación Holandesa de Museos anunció que 139 obras, pertenecientes a sus colecciones, habían sido confiscadas por los nazis.
Después de casi setenta años, estos hallazgos manifiestan que el bárbaro saqueo aún es un episodio abierto de la Segunda Guerra Mundial.
¿Cómo funcionaba la maquinaria del Führer?
Durante la Guerra, los nazis atracaron archivos, bibliotecas y colecciones de arte, públicas y particulares, de manera sistemática en los países ocupados.
Ya, desde 1937, se ejecutaba una política de depuración artística en territorio alemán. La cual ordenaba retirar de las colecciones estatales y expropiar de las privadas las obras de los artistas judíos, comunistas o las vanguardistas, concebidas como arte degenerado. Lo mismo ocurrió con las posesiones de los ciudadanos alemanes perseguidos. Algunas de estas piezas las destruyeron, pero la mayoría acabó en manos del estado.
Además de la requisa, para engrosar el patrimonio nazi, se obligó a realizar ventas por un precio muy inferior a su valor real.
¿A dónde iban las obras?
Adolf Hitler era un gran aficionado al arte. Incluso, antes de liderar el partido nazi, intentó acceder a la Academia de Bellas Artes de Viena, aunque fue rechazado. Él, junto con su lugarteniente, Hermann Goering, fueron los destinatarios más frecuentes.
Ambos ejercieron una fuerte influencia en las élites nazis para aglutinar arte de forma desmesurada. Teniendo especial interés por los viejos maestros alemanes, flamencos, holandeses, franceses e italianos.
El proyecto final de Hitler era construir un museo gigante en la ciudad austriaca de Linz. Cuando la guerra terminó, los aliados informaron de la existencia de más 6.700 pinturas guardadas en una enorme mina de sal. Era el mayor almacén del arte expoliado de los centenares que se hallaron.
El otro arte incautado, el degenerado, salió del territorio ocupado bajo intercambio o venta. Finalmente, cuando la derrota cercaba al Tercer Reich, los nazis, también, enviaron a países neutrales sus colecciones para salvarlas o venderlas. Suiza y el sur de Francia se convirtieron en centros distribuidores. Y, mediante el contrabando o como valija diplomática, las obras llegaron hasta Estados Unidos o Sudamérica.
¿Y después?
Finalizada la contienda, las Naciones Unidas fijó las bases legales para la devolución del material robado.
Cada cierto tiempo, surgen descubrimientos y reivindicaciones de propiedades que fueron saqueadas. Estas son efectuadas en contra de los museos estatales de los países ocupados, que recuperaron las piezas, pero que no las restituyeron a sus legítimos dueños. Y, también, en contra de museos y coleccionistas privados, que hubiesen adquirido obras defraudadas.
Si hablamos de números, es difícil que salgan las cuentas exactas. Pero para establecer una idea, en 2004, el periodista Héctor Feliciano publicó una investigación que arrojaba estos datos: unas 300.000 obras de arte fueron expoliadas en Europa Occidental y, sólo en Francia, más de 40.000 aún continuaban desaparecidas.
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