Las falsificaciones de Han van Meegeren eran de tal calidad que tuvo que ser él mismo quien descubriera el fraude. Pero, ¿por qué lo hizo? A continuación, la extraordinaria historia del artista que engañó a los nazis y que salvó la vida confesando el delito.
Finalizada la Segunda Guerra Mundial, los aliados localizaron escondidas en una mina de sal austríaca más de mil obras de arte bajo la tutela de Hermann Goering, segundo de Hitler. Este hallazgo destapó uno de los botines más apreciados del Tercer Reich y, además, truncó la vida del holandés Han van Meegeren (Deventer, 1889- Ámsterdam, 1947), nuestro tercer protagonista de la serie sobre los casos más célebres de falsificaciones, atentados y robos de la historia del arte.
Lo cierto es que hasta el momento Van Meegeren no había tenido que esquivar ningún contratiempo en su brillante carrera como falsificador. Sus copias recibían el visto bueno de los críticos y expertos mejor considerados de la época e, incluso, eran expuestas al público como originales en los principales museos de Holanda, sin que nadie notase nada. Plagiaba, especialmente, a grandes maestros y obtuvo con ello un patrimonio equiparable a 20 millones de euros.
Una de las piezas más valiosas encontradas en esa mina fue el lienzo Cristo y la mujer adúltera firmado, supuestamente, por el maestro barroco Johannes Vermeer. Varias investigaciones concluyeron que en 1943 Van Meegeren había vendido ese cuadro a Goering por 1,6 millones de florines, unos 6,5 millones de euros, que, paradójicamente, también resultaron ser falsos. Esto revelaba que el holandés había hecho negocios con los nazis y traficado con patrimonio artístico nacional.
El 29 de agosto de 1945 fue detenido por ello, con cargos de traición a la patria, colaboración y complicidad con el enemigo. En el juicio, amenazado bajo pena de muerte, confesó. Admitió que el supuesto Vermeer era obra suya, así como otros del mismo pintor. Sin embargo, el tribunal atribuyó aquella súbita confesión a un intento desesperado por salvar su vida, aún más, cuando expertos internacionales habían confirmado la autenticidad de la pieza.
Su abogado consiguió que le dieran la oportunidad de demostrar su inocencia pintando un nuevo Vermeer en su celda. Y así fue. Entre julio y septiembre de ese mismo año, ante la mirada incrédula de seis testigos: un fotógrafo, un experto en arte, tres oficiales de justicia y el carcelero, Han van Meegeren realizó su última obra, Jesús entre los doctores, evidenciando que podía emular sin levantar sospechas la pincelada de Vermeer.
Fue absuelto de la pena de muerte, aunque sí fue condenado por falsificación y fraude. Dos semanas después de que se dictara la sentencia, murió de un ataque al corazón en prisión. Su funeral fue multitudinario, pues, toda Ámsterdam quiso rendir homenaje al artista que había burlado a los nazis. El villano se había convertido en héroe.
“He demostrado que la diferencia entre mi plagio de Vermeer y el auténtico Vermeer no es de índole estética. ¡He probado al mundo que un plagio puede ser tan bello como el original!”, alegó durante el juicio. Insistiendo, como otros muchos falsificadores a lo largo del tiempo, en abrir un debate sobre por qué nos gusta lo que nos gusta y en que nos preguntemos: ¿nos cautivan las virtudes de una obra de arte o simplemente nos mueve la firma?
Le film est magnifique, cauhqe sce8ne a valeur de tableau d’e9poque, et la musique de Desplats (si je me rappelle bien) est tout e0 fait ge9niale. Je te recommande le livre de Tracy Chevalier quand meame. Autant le film est «lush», autant le livre est dur, e2pre et illustre tout autrement la relation entre Vermeer et Griet.Pour les besoin du film, cette relation a e9te9 de9nature9e, ce qui ne ge2che rien et fait un tre8s bon film. Mais le livre est supe9rieur e0 mon avis.
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Such a deep answer! GD&RVVF