“Desearía considerarme como un intérprete. Al igual que se ama a Bach a través de Óistraj, se puede amar a Modigliani a través de mí”. Así se defendía Elmyr de Hory en una entrevista en 1973. En esta fecha ya se había convertido en uno de los mayores, y mejores, falsificadores de arte de todos los tiempos. Había conseguido colocar más de un millar de obras falsas de artistas de primer nivel en los principales museos y colecciones del mundo.
La fascinante vida de Elmyr de Hory (Budapest, 1906- Ibiza 1976), abarrotada de extravagancias y glamour, fue destapada por el escritor Clifford Irving e inspiró el filme F de Fraude (1974) de Orson Welles. Aún estaba vivo y pudo experimentar cómo se transformaba en leyenda. Con él, comenzamos una serie sobre los casos más célebres de falsificaciones, atentados y robos de la historia del arte.
El negocio surgió por casualidad. Estando en París, una amiga multimillonaria, lady Campbell, confundió uno de sus dibujos con un Picasso y quiso comprárselo. De Hory aceptó. Por aquel entonces, estaba arruinado. La Segunda Guerra Mundial le había arrebatado la herencia de su adinerada familia de origen judío y le había hecho perder años de juventud refugiado en Budapest. Era su oportunidad de volver a vivir a lo grande. Y la aprovechó.
Inició su aventura vendiendo dibujos de Picasso por Europa. En 1947, decidió trasladarse a Estados Unidos. Allí triunfó de inmediato con los nuevos ricos del petróleo y, pese a algún contratiempo, el negocio funcionaba. Su producción artística aumentó con falsos dibujos, acuarelas y algunos óleos de Modigliani, Braque, Matisse, Derain, Bonnard, Degas, Vlaminck y Renoir, entre otros.
En los años cincuenta empezó a comerciar con museos de arte moderno y galerías de todo el país. La inmensa mayoría de sus falsificaciones pasaban la prueba de los expertos sin encontrarse con excesivos problemas. Pero ocurrió lo que parecía inevitable. Un día, un destacado coleccionista de Chicago, Joseph W. Faulkner, prestó algunos de sus dibujos, obtenidos de De Hory, para una exposición y detectaron el fraude. El marchante le denunció. Perseguido por el FBI, el pintor húngaro huyó a México durante algún tiempo. A su regreso, continuó con la actividad y lo hizo con éxito. Hasta que los rumores sobre la autenticidad de sus obras volvieron a cobrar demasiada importancia. Entonces, cambió de estrategia y se dedicó a falsificar litografías.
En 1959, tras intentar suicidarse, abandonó América para instalarse en Ibiza, donde pasaría los últimos años de su vida. La ley le acechaba, así que, entró en España bajo la identidad falsa de Joseph Boutin. Se asoció con otros dos grandes estafadores, Fernand Legros y Réal Lessard, quienes le acompañarían en su etapa más prolífica. Llegaron a endosarle quince Dufys, siete Modiglianis, cinco Vlamincks, ocho Derains, tres Matisses, dos Bonnards, un Chagall, un Degas, un Laurencin, un Gauguin, un Marquet, un Picasso y, quizás, alguno más al multimillonario americano Algur Hurtle Meadows. Sin embargo, las riñas públicas de sus dos socios pusieron en evidencia las fechorías cometidas y el texano acabaría por darse cuenta del fraude. El negocio tocaba a su fin y, también, De Hory.
Un año antes de morir, realizó una exposición en Madrid con obras hechas “a la manera de” y firmadas con su nombre. De Hory, en el punto de mira de la justicia española y reclamado por la francesa para ser juzgado por falsificación de cuadros y sellos, temía ser expulsado en cualquier momento. Esto le llevó a intentar el suicidio en varias ocasiones. Finalmente, terminó con su vida en diciembre de 1976, llegando al día siguiente su extradición a Francia. Se estima que sólo en la época con Legros ganó 35 millones de dólares.
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