Hijo de una acomodada familia parisiense, Edgar Degas (París, 1834- 1917) decidió desatender temporalmente los estudios de Derecho en la Soborna para dedicarse al arte. De 1856 a 1859 viajó por Italia descubriendo a los maestros renacentistas y a su regreso se sumergió de lleno en París, de donde ya no se volvió a mudar. Allí se dedicó a recoger en sus composiciones una gran variedad de temas de la vida urbana parisina, capital del arte. Uno de ellos fue las carreras de caballos, una tradición que surgió en Inglaterra a finales del siglo XVIII y que, en la década de 1820, adoptaron en Francia artistas como Delacroix y Bonington.
Las carreras de caballo se habían convertido en una actividad muy popular a mitad del siglo XIX, siendo los hipódromos un lugar de gran vida social. Degas, por su parte, halló en ellas nuevas posibilidades para adentrarse en el estudio de las formas, el movimiento y la vistosidad cromática. Además, el francés incorporó a la representación de las carreras invenciones compositivas e iconográficas propias eliminando el encuadre tradicional por un enfoque descentrado. De esta manera, lograba reflejar las nuevas leyes de la instantaneidad que marcaban el estilo en su época y trataba la temática del jinete dentro de un marco moderno.
De esta serie, en particular, llama la atención la brillante gama cromática que Degas utiliza y que proporciona un resultado vibrante y exótico, dando buena cuenta de su fama como destacado colorista. La mayoría de estos lienzos están realizados en pastel, técnica muy empleada por Degas y la cual le permitía capturar mejor el movimiento y la fugacidad de sus escenas y que tanto le preocupaba obtener.
La pintura El desfile, también conocido como Caballos ante las gradas, (1866- 1868) es una de las primeras que crea referida a ello. En ella, traslada la atmósfera del hipódromo, en el que únicamente la inquietud del último pura sangre deja intuir la proximidad de la carrera. Como en casi todas las obras de esta serie, Degas pone en valor la luz y el dibujo, resaltando las siluetas de los jinetes y sus monturas más que la propia carrera. En sus últimos años, realiza Carreras de caballos en un paisaje (1894). Para la consecución de esta, se inspiró en sus piezas más jóvenes y fue el resultado más de un recuerdo que de una escena que el artista observa del natural.
Degas recibió la influencia del dibujo terminado de Ingres y se interesó especialmente por el cuerpo humano, el movimiento, la fotografía y los grabados japoneses. Estos gustos le acercaron al grupo de los impresionistas con quienes expuso hasta en siete ocasiones. Sin duda, uno de los aspectos que más llama la atención en la obra del francés es las variaciones sobre un mismo tema como consecuencia de su predilección por contemplar y reproducir el ritmo y las posturas de personas y animales. De ello, son ejemplos claros sus cuadros sobre bailarinas o carreras de caballos.
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