No se conoce con precisión cuál fue el momento concreto de la historia en el que el hombre, interesado en el estudio de los efectos lumínicos, ingenió el artefacto con el que poder atrapar ese intangible que es la luz y utilizarlo para plasmar y dibujar las realidades. Ya en la Grecia clásica, grandes filósofos como Aristóteles, así lo reflejan algunos de sus escritos, fueron precursores de un rudimentario acercamiento. Pero no fue hasta finales del siglo X cuando el físico y astrónomo árabe, conocido en occidente como Alhazen, diseñó y ejecutó el primer cajón de cámara oscura del que tenemos constancia.
Ya llegados a época renacentista, fue Leonardo da Vinci quien ofreció un nuevo impulso a este invento, perfeccionándolo a fin de comprender los comportamientos de la luz en la visión y estudiar así con mayor detalle las leyes de la perspectiva geométrica. Se especula, en este sentido, con el hecho de que podría haber sido el propio Leonardo el primero en añadir lentes en el orificio de entrada de la luz, con las que poder focalizar y obtener de esta forma unas imágenes más nítidas.
Si bien, y debido a sus dimensiones iniciales, convertidas en auténticos cuartos oscuros, la técnica se fue desarrollando hasta conseguir que las cámaras no ocupasen más espacio que el de un cajón reducido. Como bien refleja la obra de Johann Zahn, que en 1683 recoge los distintos tipos de cámara oscura existentes y describe el modelo que permaneció invariable hasta la invención de la fotografía en el siglo XIX. Aunque dicho modelo se convertiría en un juguete de entretenimiento para aristócratas de la época, algunos experimentalistas del momento supieron encontrarle importantes aplicaciones, entre ellos los pintores.
Es precisamente entre los artistas holandeses de la región de Harleeen donde se empieza a hacer frecuente el uso de la cámara oscura. Así lo revelan los estudios pictóricos de las abundantes obras paisajísticas propias de aquella escuela. Entre ellos el del académico Philip Steadman, que bajo el título de La cámara de Vermeer, concluye, tras un minucioso análisis, que las pruebas evidencian la utilización de esta en muchas de las plasmaciones pictóricas del artista que, al igual que reconocidos compañeros de profesión, como Durero, Caravaggio o el pintor de vistas, Canaletto, se valió asiduamente de esta herramienta para sus composiciones.
Algunas de esas evidencias que han permitido a los investigadores descifrar su utilización son, entre otras, la ausencia de líneas de perspectiva y de dibujos preparatorios; el tratamiento de la reflexión de la luz en ciertas superficies (en el caso de Vermeer, por ejemplo, la típica difuminación de sus paisajes era debida a la mínima profundidad de campo que los sistemas ópticos de la época permitían); y el tamaño de las pinturas suele coincidir con las dimensiones de las cámaras oscuras de la época.
No obstante, y con independencia de su utilización, los artistas debían de entender, lejos de realizar un calco, las confesiones que la luz había hecho dentro de la cámara para realizar sus obras. Y no debía de ser poca dicha habilidad, más teniendo en cuenta las primitivas formas, casi susurros, que la luz allí captada les dejaba.
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