A partir del descubrimiento de América, la corona hispánica gozó de una larga época de gran esplendor que fomentó la creación de impresionantes colecciones de arte entre la aristocracia y la realeza española. El primer rey que se interesó profundamente por la pintura fue Felipe IV (1605 – 1665) quien amasó una colección de primer nivel que hoy en día conforma gran parte de la colección del Museo del Prado.
Felipe IV fue un ejemplo para el resto de cortesanos quienes, imitándolo, se dedicaron a adquirir obras de primer nivel por toda Europa. De la misma forma que había ocurrido con la aristocracia inglesa alrededor de la figura de Carlos I, Felipe IV recibió incontables piezas regaladas por los nobles españoles que querían ganarse su respeto. Por desgracia, gran parte de los edificios que albergaban la colección real de los Austria, como el Real Alcazar de Madrid o el Palacio del Buen Retiro, ya no se conservan y, por lo tanto, resulta difícil imaginar como se distribuían las obras. El palacio que sí se conserva es el del Monasterio de El Escorial, decoración de la que se encargó Diego Velázquez (1599 – 1660).
Muchas de las obras que se encontraban en El Escorial se llevaron al Museo del Prado, aunque siguen exhibiéndose piezas de gran importancia como La Última Cena y San Jerónimo de Tiziano o la Crucifixión de Rogier van der Weyden, entre muchas otras obras de El Bosco, Tintoretto, Veronese, Luca Giordano, Guercino, Zurbarán, José de Ribera, etc.
De entre todos los nobles que formaron colecciones interesantes y dignas de estudio, cabría destacar las colecciones de Luís Méndez de Haro y Guzmán (1598 – 1661), VI Marqués del Carpio y la de su hijo, Gaspar de Haro y Guzmán (1629 – 1687), VII Marqués del Carpio, quien con tan solo 21 años adquirió la Venus del Espejo (1651) de Velázquez.
Luís Méndez de Haro fue el encargado de negociar la venta de gran parte de las obras de la colección de Carlos I de Inglaterra y, pese a que pagaba la gran mayoría de las obras, regaló muchas de ellas a Felipe IV. A su muerte, dejó un legado de 223 obras que, pese a parecer pocas, fueron escogidas con el máximo criterio y buen gusto artístico. En su testamento quiso que una de sus grandes obras, un Rafael, fuese entregado al rey, pero su hijo, Gaspar de Haro, prefirió quedárselo y lo cambió por un Tiziano. Más tarde intentaría atentar contra Felipe IV, por lo que sería castigado y alejado temporalmente de la corte, como embajador en Roma. Durante esta estancia de tan solo 6 años en Italia, dio rienda suelta a su pasión por el arte y compró tal cantidad de obras que a su muerte se registraron más de 3.000 entre sus propiedades de España e Italia.
Gaspar de Haro acumuló obras de los más célebres artistas del Renacimiento, como Leonardo da Vinci, Tiziano, Giorgione, Tintoretto, Veronese, Rafael, Parmigianino y Caravaggio; pero también fue un ávido mecenas de artistas coetáneos como Velázquez, Rubens, Poussin o Domenichino, entre muchos otros. Fue íntimo de Luca Giordano y Carlo Maratta.
Isabel de Farnesio (1692 – 1766), segunda esposa de Felipe V (1683 – 1746) fue la primera reina en poseer una colección de arte propia, elaborada según su gusto personal. Se calcula que de las 1.400 obras inventariadas a la muerte del rey, 900 eran propiedad de Isabel de Farnesio. Es un hecho relevante puesto que hasta este punto, las mujeres se habían mantenido al margen de la adquisición de arte y las obras que decoraban sus estancias eran escogidas de entre las que formaban la colección real, sin ningún interés añadido.
La obra de mecenazgo más importante de los reyes fue la construcción del Palacio Real de la Granja de San Ildefonso, donde a su fallecimiento sería enterrada la pareja, en vez de en el Palacio Real de Madrid. La colección de la reina se nutrió de adquisiciones realizadas por toda Europa, como la compra de las colecciones de Carlo Maratti y la de esculturas de la reina Cristina de Suecia. Compró en una subasta en Rotterdam dos lienzos de Poussin que encontramos en el Prado (El triunfo de David y Baco y Ariadna). También recibió regalos y herencias, como Las Hilanderas de Velázquez o el Caballero de la mano en el pecho de El Greco, entre muchas otras.
En el siguiente post veremos como fue la creación de los Museos Vaticanos y del Museo del Louvre.
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