El nacimiento del Museo del Prado como gran museo de arte nacional de España fue precedido, como veíamos en el capítulo anterior, por la creación de otros museos nacionales, como el Louvre, los Uffizi o los Museos Vaticanos. Estas instituciones deben su grandeza al afán coleccionista de los distintos reyes y papas que gobernaron los respectivos territorios y que se encargaron de adquirir las obras que hoy en día conforman el núcleo de sus colecciones. El Museo del Prado se formó siguiendo el mismo patrón.
El edificio en el que se encuentra el Museo del Prado, obra inicial de Juan de Villanueva, fue concebido para albergar el Real Gabinete de Historia Natural, motivo por el cual se encuentra al lado del Real Jardín Botánico. Durante su construcción, con la llegada de las tropas francesas, fue usado como cuartel y se usaron las cubiertas de plomo para hacer balas. En 1818-1819, Fernando VII y su mujer Isabel de Braganza decidían recuperar el edificio para exponer una pequeña colección de unas 300 obras que formaban parte de las Reales Colecciones Españolas. En sus inicios, la exposición estaba muy enfocada a la Escuela Española, pero poco a poco se fue adaptando para exponer obras de estilos y escuelas más variadas.
Al fallecer Fernando VII, la colección real debería haber sido dividida, como se había hecho anteriormente, entre sus herederas. En vez de trocear la colección, Isabel II decidió mantener la colección real en un solo lote y, posteriormente, en 1865 serían vinculadas las propiedades de la Corona al Estado. Esto permitió mantener unida la colección que acabaría formando el actual Museo del Prado.
El Museo del Prado no solo se nutrió de las Colecciones Reales, también se le añadieron los fondos del Museo de la Trinidad. Este museo fue creado por el Estado a partir de la Desamortización de Mendizábal (1835) que supuso la supresión de las órdenes monásticas y la expropiación de sus bienes que pasarían a convertirse en propiedad del Estado. El fondo de este museo aportó unas 2.000 obras al Museo del Prado.
La incorporación del fondo del Museo de la Trinidad a la colección del Prado reveló un problema evidente y temido por todos: el espacio expositivo del museo era mucho menor de lo deseado. Desde entonces, la correcta gestión del espacio expositivo ha sido el mayor quebradero de cabeza de la dirección del museo. Con un fondo total de unas 28.000 obras de las cuales 8.000 son pinturas, se podrán ver expuestas hasta 1.500. Antes de la muy necesaria ampliación del museo que realizó el arquitecto Rafael Moneo en 2007, se exhibían menos de 1.000 obras. La adhesión del edificio de los Jerónimos al museo supuso un espacio expositivo para 300 – 450 obras más.
El Museo del Prado ha sido considerado por muchos como la pinacoteca más importante del mundo en pintura europea, especialmente por la gran cantidad de obras de la escuela española con artistas de la talla de Velázquez, Ribera, Murillo, Goya, el Greco, o Zurbarán. También es muy relevante el fondo de pintura flamenca, con artistas como Rubens, el Bosco, van Dyck, Jordaens o Brueghel; y el de la italiana, con grandes obras de Mantegna, Botticelli, Fra Angelico o Rafael, pero con especial mención a la escuela veneciana, de manos de Tiziano, Tintoretto y Veronese. Del período barroco, destacan Orazio y Artemisia Gentileschi, Guercino, Carracci, Guido Reni y, en especial, Luca Giordano, quien trabajó para Carlos II.
En lo que respecta a la pintura francesa y alemana, el Museo del Prado no posee un fondo de tanta relevancia, como el de las escuelas anteriores, pero sí posee piezas maestras de artistas como Poussin, Claude Lorrain y de La Tour (Francia); y Durero, Cranach, Hans Baldung y Mengs (Alemania).
Habiendo conocido como se formaron algunos de los grandes museos europeos como los Museos Vaticanos, el Louvre y el Prado, cruzaremos el charco para ir a conocer como se formaron las grandes colecciones norteamericanas, como las de Henry Frick, Andrew Mellon o John P. Morgan.
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