El 20 de febrero de 1909, el rotativo parisiense Le Figaro publicaba un texto impregnado de tintes revolucionarios. Apuntaba hacia una reconstrucción del mundo basándose en la primacía de la violencia, la velocidad y las máquinas. El poeta Filippo Tommaso Marinetti era quien lo firmaba y el texto pasó a la historia como el Manifiesto del futurismo.
Numerosos pintores, escultores, arquitectos, así como poetas, músicos y otros artistas del mundo del teatro, la fotografía, la publicidad o el diseño se sumaron, alcanzando las 2.000 adhesiones casi en el acto. Por aquel entonces, eran los preliminares de la Primera Guerra Mundial y en Europa se gestaban corrientes artísticas nutridas de un ansia rupturista nunca antes experimentada. Se trataba de arrasar con el pasado sin dejar ningún parecido reconocible. En el caso del futurismo, además, debía ser un asalto arrollador sustentado por las máquinas y el movimiento, sus dos grandes obsesiones.
Los futuristas aplicaron el tratamiento del color del neoimpresionismo y los procedimientos cubistas para atrapar ese movimiento. En cuanto a las máquinas, en ellas encontraban la estética perfecta, al igual que en la ciudad, como símbolos de la modernidad, la agitación y la velocidad tan anheladas.
Nacido y estrechamente vinculado a Italia, el futurismo fue de las nuevas corrientes surgidas a principios del XX la que más se encadenó a un propósito político. De hecho, muchos de sus miembros, como su fundador, Marinetti, simpatizaban con el fascismo y ensalzaron la Guerra. Con la cual, paradójicamente, coincidió su declive. La mayoría terminaron muertos en el frente, contaminados por el régimen fascista o entregando su creatividad a la publicidad.
En las artes plásticas, uno de los autores de mayor peso fue Umberto Boccioni (Reggio di Calabria, 1882- Sorte di Verona, 1916), tanto por sus obras como por sus escritos teóricos. Elaboró, junto a Giacomo Balla, Carlo Carrà, Luigi Russolo y Gino Severini, otras piezas fundamentales dentro del engranaje del grupo, varios manifiestos clave del pensamiento futurista en la pintura. En línea con lo expuesto por Marinetti, se criticaba el arte tradicional y se exigía la inclusión pictórica del dinamismo propio del tiempo en el que vivían. Su primera exposición como grupo se celebró en Milán en 1911.
Boccioni también desarrolló, de manera particular, conceptos cruciales para el futurismo, tales como el de líneas-fuerza, simultaneidad, afinidad de planos y dispersión de los cuerpos en la superficie. Nociones que buscaban una interrelación entre la materia y lo que le rodea. Para ello, decía concebir el objeto desde dentro y así hacer emerger su fuerza. Una poética diferente.
Estos aspectos los llevó, en la práctica y en la teoría, a la escultura, campo en el que dejó una escasa obra, pero de una importancia decisiva. Pues, su inquietud por el dinamismo de la forma y la renuncia a la masa sólida le colocan como una de las figuras más relevantes en la transformación contemporánea de la escultura. Igualmente, fue pionero en trabajar con nuevos materiales, como cristal, cemento, hierro, cuero, espejos o luz, a modo de collage.
Fue uno de los que murió en el frente. Ocurrió el 16 de agosto de 1916 tras caerse de un caballo. El grupo perdía a uno de sus líderes y todo lo que vino después, más que crear, fue resistir.
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