La obra de la pintora Antonia Portalo Sánchez expresa desde el primer momento una vocación primaria hacia los colores y los deseos de pintar. Con una formación eminentemente autodidacta y apoyada en sus estudios de Bellas Artes en la universidad Complutense de Madrid, la artista, lejos de un estilo académico y ortodoxo, da rienda suelta al lado más espontáneo de sus emociones y sentimientos, y nos regala ante todo sinceridad. Ese entusiasmo infantil, que nos confiesa, ante una caja de acuarelas aún puede palparse y reconocerse dentro de sus creaciones.
El trazo definido de sus formas denota cierto acomodo en el dibujo y expresa el deseo propio de atracción visual directa de las ilustraciones. Sus obras nos transportan de este modo dentro de las páginas de un cuento infantil, donde aprendemos la diferencia sustancial entre el espíritu de las estaciones, con la presencia mágica de la mujer como energía, como hada, como ser fantástico que nos acompaña y nos protege con su ternura dentro del discurrir de nuestros episodios. En este sentido, las pinturas de Antonia Portalo Sánchez quedan afectadas, casi hasta el extremo, por ese amor maternal, generoso e infinito del que nos negamos a desprendernos.
Un estudio de la mujer, de sus contornos y expresiones de acogida, de la mujer como madre, como refugio, como primera destinataria, crítica cegada por el corazón, de nuestros pasos y nuestras pasiones. Así, las mujeres renacentistas retratadas por Portalo, la influencia de la Simonetta Vespucci de Botticelli en su representación de la primavera es innegable, encierran en sí el ideal clásico de la belleza. Un clasicismo interno que contrasta con ese llenar de formas y colores, libre y despreocupado, con intención de crearnos un mundo más tangible y cercano.
Sus representaciones quedan protagonizadas estéticamente por el predominio geométrico de los círculos, concéntricos, entrelazados, dispersos, como en una de esos juegos visuales de espirales fijas y frenéticas, en las que uno fija su atención y los efectos nos hacen creer que tienen movimiento. Este efecto que, junto al crisol de la fragmentación de colores y luces nos recuerda a la observación luminosa de una vidriera, otorga vida y movimiento a sus creaciones.
Entre sus obras podemos destacar Mujer azul (III), un lienzo en acrílico que trata el desnudo de una mujer en tonos azulados, con esa atmósfera de evocación y magia comentada de la figura femenina como símbolo de espiritualidad cercana a los cuentos élficos, donde el tiempo discurre en otro compás. Otras de sus pinturas reseñables son las que atienden al sentimiento de maternidad y vida, Maternidad (I), o su serie de pinturas acerca de las distintas estaciones del año, de entre las que podemos prestar atención a Otoño (II), si bien lo interesante sería observarlas y analizarlas en su conjunto.
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