El miedo. Esa emoción tan repudiada como seductora. El miedo enciende las alarmas en nuestro organismo, nos despereza, nos obliga a aguzar nuestros sentidos. El miedo amenaza y nos ponemos en guardia. Pero el miedo es también vida, nos activa y nos estimula.
Dicen por ahí que debemos aprender a superar nuestros miedos. Como casi todo, es una verdad a medias. El que no conoce el miedo es, entre otras cosas, un inconsciente. De hecho, uno de los primeros signos de madurez en un niño pequeño es el miedo: tomar conciencia de las consecuencias de un acto inconsciente: si me tiro en plancha desde la cuna me haré daño, mejor llamo a alguien para que me ayude. Y cosas de ese tipo.
No sabemos si Johann Heinrich Füssli (Zúrich, 1741 – Londres, 1825) se dio un buen golpe en la cabeza de pequeño, pero pronto encaminó su arte hacia un campo apenas sin explorar: lo oscuro, lo desconocido, lo onírico, el lado oculto del alma humana: en definitiva, el mundo del sueño que a menudo se convierte en pesadilla.
Mientras la pintura europea seguía tomando referencias del clasicismo, otras artes, caso de la literatura, empezaba a experimentar con nuevas formas expresivas. El misticismo, el misterio, lo sublime, el romanticismo o la fantasía empezaban a conquistar las letras de la mano de autores como Goethe, Novalis, Hoffman o Horace Walpole. Este último es uno de los padres fundadores de la novela gótica inglesa gracias a su obra El castillo de Otranto, publicada en 1764, año del primer viaje de Füssli a Inglaterra…
Por lo tanto, la veta fantástica y onírica del pintor suizo no surge de la nada, pero sí que es uno de los primeros pintores que la lleva al lienzo. Tras abandonar su Suiza natal temporalmente, llega a Inglaterra donde toma contacto directo con su adorado Shakespeare, traduciendo Macbeth al alemán, una de sus obras preferidas y, sin duda, una de las más aterradoras del dramaturgo británico.
Tras pasar un tiempo en Roma estudiando a los clásicos —Miguel Ángel será una de sus primeras referencias estéticas— vuelve a Inglaterra donde empieza a alejarse de los postulados neoclásicos de pintores de referencia como David y comienza a experimentar con el desarrollo de otros temas menos heroicos, moralistas y políticos. Pese a que formalmente aún no se aleja de la precisión pictórica neoclásica, obras como La Pesadilla ofrecen un claro testimonio de que Füssli abre definitivamente la puerta al mundo de los sueños llevando estas visiones directamente al lienzo.
Comparado a menudo con Goya, el artista suizo no es tan revolucionario a nivel técnico pero sí marca la pauta del futuro romanticismo británico teniendo también gran influencia en la configuración de otras tendencias expresionistas que tendrán gran repercusión en Alemania y en otros países del norte continental.
Si nos fijamos detenidamente en cuadros como Silencio fechado en 1800 podemos sentir hasta un escalofrío subiendo por nuestra espalda. Es prácticamente un cuadro monocromático, con una figura extrañamente luminosa rodeada de la más pura oscuridad, una figura envuelta en sí misma, abandonada. Se trata, no cabe duda, de uno de sus cuadros de mayor trascendencia, de esos lienzos que seguirán inquietando al espectador aunque pasen otros dos siglos, al igual que ocurre con las pinturas negras de Goya.
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