Nació el mismo día que el Jesucrito cristiano y la llamaban “la mujer araña”. Louise ourgeois se ganó el sobrenombre y la fama de ser una de las mejores artistas contemporáneas sin despeinarse – y tampoco sin ser demasiado conocida fuera de los núcleos de arte -. Educada en La Sorbona y en la Escuela del Louvre le dio a casi todo – artísticamente hablando – y no tuvo inconveninete de saltar de la pintura a la escultura y de ahí al arte plástica. Hoy nos centramos más en la persona que en la obra que, a fin de cuentas, de eso ya se ha escrito mucho.
Del odio a la genialidad de Louise Bourgeois
Puede que exista una tendencia a hablar de la obra de un artista sin mencionar su contexto pero es que el contexto de Bourgeois fue lo suficientemente inestable a nivel emocional como positivo en un sentido práctico. Y es que cuando nació nuestra querida Louise, allá a lo lejos, a principios del siglo XX, ser mujer y artista no era una tarea sencilla por falta de perfiles de imitación femeninos y una notable presión familiar para ser casada. Todo esto era así salvo, claro está, que fueras la hija de los dueños de una galería de tapices antiguos. En ese caso, podían suceder dos cosas; que aborrecieras el arte o que lo amaras. A Bourgeois le sucedió lo segundo.
De su infancia a su juventud poco se sabe de su obra ya que realmente no fue reconocida hasta décadas después, cuando ya contaba con más de 30 años, y había tenido un éxito discreto gracias a su exposición Femme Maison. La deshumanización del arte moderno era la temática central pero, en realidad, no fue muy bien comprendido por aquel entonces que una mujer hablara sobre las mujeres y la represión a la que son sometidas. Imaginad eso ahora. Si aún hay polémica, en la década de los 40 debía ser como arrojar un cocktail molotov en plena calle…incluso en París.
La Maman: las arañas de Louise Bourgeois
Si Freud se hubiera encontrado en el mismo plano temporal que Bourgeois seguramente hubiera tratado de mencionarle algún trauma paterno filial para referirse a ese tema recurrente de crear arañas. Pero a estas alturas, en pleno siglo XXI, ya sabemos de sobra que a este señor ya no hay que hacerle demasiado caso. Si que hay que recordar a Maman en pleno museo Guggenheim de Bilbao, aterrando y fascinando a los turistas. Y, de hecho, la escultura (esta y todas las arañas) son un tributo manifiesto a su madre, a la gran tejedora, protectora y depredadora.
Prácticamente todo el arte de esta gran pintora mantuvo una serie de temáticas de su niñez; el carácter ciclotímico de su padre y la fortaleza – y fragilidad, al mismo tiempo – de su madre. En cierto modo, el artista no deja de ser el resultado de sus experiencias, de sus temores y sueños, del pasado convertido en precursor del futuro y, si existe genio, de la gloria. ¡Descansa en paz, mujer araña!
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