Fue el primer cuadro que busqué cuando entré en el museo. Desde mis años de estudiante fantaseaba con la posibilidad de admirar aquel óleo con el que el joven Picasso había cambiado la historia del arte. Y cuando por fin lo tuve frente a mí, quedé absorto durante unos segundos. Luego, la foto de rigor y a seguir disfrutando del museo…
Las señoritas de Avignon es algo más que «otro» cuadro de Picasso. Es «el» cuadro. No sé si Juan Gallardo opinará lo mismo, pero el artista andaluz cuenta con una controvertida versión del clásico de Picasso. Porque lo de Picasso es ya un clásico y, de vez en cuando, hay que revisitar los clásicos.
Los señoritos de Avignon y otras versiones
Picasso sabía que estaba ante algo grande en su trayectoria y por eso eligió un formato tan amplio. Ingres, Cézanne y tantos otros estaban un su retina cuando afrontó la temática: un grupo de mujeres que se muestran desnudas al espectador de forma más o menos impúdica. Pero lo que convirtió al lienzo de Picasso en un clásico fue el estilo elegido, entre al africanismo y el primer cubismo: el mundo del arte había cambiado, llegaban las vanguardias.
Juan Gallardo no ataca el cuadro de Picasso a nivel formal, sino desde el punto de vista temático. El arte cambia porque cambia la vida y Avignon sin señoritas le toma el pulso a una sociedad en la que el hombre desnudo también se muestra, también se vende. Con un punto de humor y otro de reivindicación, Gallardo coloca a cinco hombres en actitudes abiertamente sensuales, incluso uno de ellos muestra su bíceps. Los rostros no importan, tampoco en realidad los cuerpos, abocetados; lo que importa es la actitud y el efecto que esta crea en el espectador.
Avignon sin señoritas es, tal vez, el cuadro más apetitoso de Gallardo, pero no es la única versión de los clásicos. Como Picasso (y otros miles de artistas a lo largo de los últimos siglos), el pintor cordobés también siente admiración por Velázquez y otros artistas del prestigioso Barroco español.
Gallardo acude a una de las figuras de las celebérrimas Meninas (en este caso, la Infanta Margarita) para mostrar sus inclinaciones formales: una reinterpretación del cubismo clásico a través de facetas que dan forma a las figuras y que en los fondos se acerca a la abstracción. Gallardo no está interesado en los detalles, sino en el efecto estético que crea la obra, para lo que también pone mucho interés en las armonías de colores.
En este sentido, llaman la atención dos cuadros de santos. Por un lado, San Francisco de Asís, reinterpretando las figuras de Zurbarán y Pedro de Mena. Aquí el color se apaga destacando solo la silueta del santo y el fondo a base de cuadrados. Y, por otro lado, San Antonio, respetando su habitual iconografía que nos los sitúa como sostén del Niño Jesús. La elección de los colores del fondo le dan un cierto toque pop.
La ventana y la calle
Pero más allá de versiones de clásicos, entre la producción de Juan Gallardo encontramos obras en la que el artista sale del museo y mira a su alrededor. Y en ellas también aparece la influencia del enfoque fotográfico, como en Autorretrato, en el que el artista es iluminado por la luz que entra desde un lateral por un amplio ventanal.
El amante del café, por su parte, parece un modelo salido de Avignon sin señoritas que ha decidido relajarse con una taza de café después de posar. Mientras que en Tres Músicos, el artista baja a la calle para exponer su estilo a base de coloristas facetas geométricas, una especie de cubismo pop que es extensible a toda su obra.
Te invitamos a visitar la galería de Juan Gallardo en Artelista.
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